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This transcription is about the basic elements of Christian life. The first chapter discusses the mystery of human life and how to become a believer in Christ. The following chapters cover topics such as salvation, the blood of Christ, invoking the name of the Lord, and the human spirit. The book emphasizes the importance of receiving God's life and expressing Him in our lives. The second chapter focuses on the certainty, security, and joy of salvation, explaining how we can know for sure that we are saved through the Word of God, the testimony of the Holy Spirit, and our love for fellow believers. Overall, the book aims to help Christians understand and experience the fullness of the Christian life. ELEMENTOS BÁSICOS DE LA VIDA CRISTIANA TOMO 1 POR WITNESS LEIGH Y. BATSMAN LEIGH Prefacio. Este libro se compone de cinco capítulos, los cuales presentan algunos de los aspectos más básicos y elementales de la vida cristiana. En el primer capítulo se examina el misterio de la vida humana y se nos revela cómo llegar a ser un creyente de Cristo. Los cuatro capítulos siguientes nos presentan, 1, la certeza, seguridad y gozo de la salvación que obtenemos en Cristo, 2, nuestra experiencia inicial y nuestra experiencia actual de la preciosa sangre de Cristo, la cual nos limpia de todo pecado, 3, el disfrute diario que tenemos de Cristo al invocar su nombre, y 4, la clave para experimentar a Cristo, a saber, nuestro espíritu humano. El contenido de estos capítulos ha sido extraído de los escritos de Witness Leigh y ya fueron publicados como folletos bajo los siguientes títulos, el misterio de la vida humana, la certeza, seguridad y gozo de la salvación, la preciosa sangre de Cristo, invocar el nombre del Señor, y la clave para experimentar a Cristo, nuestro espíritu humano. CAPÍTULO 1 EL MISTERIO DE LA VIDA HUMANA. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué vive en este mundo y cuál es el propósito de su vida? Existen seis claves que le ayudarán a descubrir este misterio. 1. El plan de Dios. Dios desea expresarse a sí mismo por medio del hombre, Romanos 8 y 29. Con este propósito, él creó al hombre a su propia imagen, Génesis 1 y 26. Así como un guante es hecho a la imagen de una mano a fin de contener la mano, así también el hombre fue hecho a la imagen de Dios a fin de contener a Dios. Al recibir a Dios como su contenido, el hombre puede expresar a Dios, 2 Corintios 4, 7. 2. El hombre. A fin de lograr su plan, Dios hizo al hombre como un vaso, Romanos 9, 21-24. Así, pues, el hombre es un vaso que consta de tres partes, cuerpo, alma y espíritu 1 tesalonicenses. 5 y 23. Con el cuerpo podemos tener contacto con las cosas de la esfera física y recibirlas. Con el alma, la facultad mental, podemos percibir las cosas de la esfera psicológica y recibirlas. Con el espíritu humano podemos tener contacto con Dios mismo y recibirle, Juan 4 y 24. El hombre no fue creado meramente para recibir comida en su estómago ni para acumular conocimiento en su mente, sino para contener a Dios en su espíritu, Efesios 5,18. 3. La caída del hombre. No obstante, antes de que el hombre recibiese a Dios como vida en su espíritu, el pecado entró en él, Ro 5 y 12. El pecado sumió al espíritu del hombre en una condición de muerte, Efesios 2, 1, hizo que el hombre llegara a ser enemigo de Dios en su mente, Colosenses 1 y 21, y transmutó su cuerpo convirtiéndolo en la carne pecaminosa, Yenasí 6, 3, Ro 6 y 12. Así que, el pecado arruinó las tres partes del hombre y le alejó de Dios. En tal condición, el hombre no podía recibir a Dios. Cuando Cristo redime al hombre para que Dios pueda impartirse en él a pesar de la caída del hombre, Dios no desistió de su plan original. Así que, a fin de realizar su plan, Dios primero se hizo hombre, el hombre llamado Jesucristo, Juan 1, 1, 14. Luego, Cristo murió en la cruz para redimir a los hombres, Efesios 1, 7, y así librarlos del pecado, Juan 1 y 29, y traerlos de regreso a Dios, Efesios 2 y 13. Finalmente, en resurrección, Cristo fue hecho Espíritu vivificante, 1 Corintios 3 y 45, a fin de impartir su vida, que es inescrutablemente rica, en el espíritu del hombre, Ye y en 8 y 22, 3, 6. 5. La regeneración del hombre. Gracias a que Cristo fue hecho Espíritu vivificante, ahora el hombre puede recibir la vida de Dios en su espíritu. Esto es lo que la Biblia llama la regeneración, 1 Pedro 1, 3, Juan 3, 3. Para recibir esta vida, el hombre debe arrepentirse delante de Dios y creer en el Señor Jesucristo, Hechos 8 y 21, 4 y 31. Si usted desea ser regenerado simplemente acérquese al Señor con un corazón abierto y sincero, y dígale, Señor Jesús, soy un pecador. Te necesito. Gracias por haber muerto por mí. Señor Jesús, perdóname y límpiame de todos mis pecados. Creo que tú resucitaste de los muertos, y te recibo ahora mismo como mi Salvador y mi vida. Entra en mí. Lléname de tu vida. Señor Jesús, me entrego a ti por causa de tu propósito. Es la salvación completa que Dios efectúa. Después que un creyente es regenerado, necesita ser bautizado, MR 4 y 16. Luego, Dios empezará un largo proceso, que dura toda la vida, en el que poco a poco él se irá extendiendo como vida desde el espíritu del creyente a su alma, F 3 y 17. Este proceso, llamado transformación, Rod 12, 2, requiere de la cooperación humana, Phil 2 y 12. El creyente coopera al permitir que el Señor se extienda a su alma hasta que todos sus deseos, pensamientos y decisiones lleguen a ser uno con los de Cristo. Finalmente, cuando Cristo regrese a la tierra, Dios saturará por completo el cuerpo del creyente con su vida. A esto se le llama la gloriefeicación, Phil 3 y 21. Así, el hombre que anteriormente estaba vacío y dañado en las tres partes de su ser, ahora se encuentra lleno y saturado de la vida de Dios. Esta es la salvación completa que Dios efectúa. Dicho hombre expresa a Dios, con lo cual se cumple el plan de Dios. Capítulo 2 LA CERTEZA, SEGURIDAD Y GOZO DE LA SALVACIÓN La certeza de la salvación. Si usted recibió a Cristo recientemente, tal vez en algún momento haya dudado de que su experiencia fuera verdadera, quizás se haya preguntado si realmente es salvo. Si un nuevo creyente no tiene la certeza de que es salvo, carecerá de un cimiento sólido y difícilmente podrá crecer y experimentar las profundas realidades de la vida cristiana. Sin embargo, la Biblia afirma que podemos saber con certeza que somos salvos. ¿Cómo obtenemos esta certeza? Leamos 1 Juan 5 y 13. Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. Aquí no dice para que penséis ni para que tengáis la esperanza, sino, para que sepáis. No tenemos que esperar hasta el día de nuestra muerte para saber si somos salvoso. No, podemos gozar de esta certeza desde hoy. ¿Cómo podemos obtener la certeza de la salvación? Hay tres maneras de obtenerla. Dios lo dice en su Palabra. Primeramente, podemos tener la certeza de que somos salvos, basándonos en la Palabra de Dios. La Palabra del Hombre no siempre es confiable, pero la Palabra de Dios es segura y permanente. Es imposible que Dios mienta, Hebreos 6 y 18, Números 11 y 19. Lo que él dice permanece para siempre, Sal 119, 89. La Palabra de Dios no puede ser objeto de conjeturas. Su Palabra no es vaga ni abstracta, ya que nos fue dada de forma escrita, a saber, la Biblia. La Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por el mismo, 2 y 3 y 16. Por consiguiente, es una Palabra que podemos aceptar y creer absolutamente. Veamos pues lo que Dios dice acerca de la salvación. Él declara que el camino de salvación es una persona, Jesucristo, Juan 3 y 16, 14, 6, Hechos 10 y 43, 4 y 31. Dios asegura, todo aquel que crea que Jesucristo fue levantado de los muertos y confiese con su boca que Jesús es el Señor, será salvo, Rod 10, 9-13. ¿Ha hecho usted esto? ¿Ha creído en Cristo y ha confesado públicamente que Él es el Señor? ¿Ha invocado su nombre? De ser así, ¿usted es realmente salvo? Puesto que Dios lo dice, es un hecho establecido. El Espíritu Santo da testimonio de ello no sólo tenemos la Palabra de Dios externamente que nos garantiza que somos salvos, sino que además, internamente contamos con un testigo que nos dice lo mismo. Lo que la Biblia afirma externamente, el Espíritu lo confirma en nuestro interior. En 1 Juan 5 y 10 dice, «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo». Quizás en ocasiones, después de haber recibido a Cristo, sintamos como que no somos salvos. Pero si examinamos en lo más profundo de nuestro ser, en nuestro espíritu, percibiremos un testimonio interior que nos da la certeza de que somos hijos de Dios. El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios, Ro 8 y 16. Si usted duda de que tiene el testimonio interno del Espíritu, simplemente haga una prueba. Trate de declarar atrevidamente, «Yo no soy hijo de Dios». Descubrirá que le resulta muy difícil aún susurrar semejante falsedad. ¿A qué se debe esto? ¿A que el Espíritu Santo en su interior le da testimonio, «Tú eres hijo de Dios»? La tercera evidencia de que somos salvos es nuestro amor por todos los hermanos en Cristo. En 1 Juan 3 y 14 dice, «Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. Toda persona salva inevitablemente ama a aquellos que también son salvos. Todas personas salvas siempre desean tener comunión y disfrutar a Cristo con otros creyentes. Este es un resultado espontáneo de la salvación. Tal amor trasciende al amor egoísta y devaluado de la era actual. El amor de los creyentes es un amor imparcial, pues ama sin importar las diferencias que puedan existir entre ellos. Esta es la verdadera unidad y armonía que el mundo anhela. Pero los que recibimos a Cristo somos los únicos que poseemos tal unidad. Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía. Sal 133, 1. Este es el testimonio de toda persona salva. Mediante estos tres, el testimonio de la Palabra de Dios, el testimonio interior del Espíritu y el testimonio de nuestro amor por los hermanos, podemos saber con toda certeza y seguridad que somos salvos. La seguridad de la salvación. Después de que el creyente obtiene la certeza de su salvación, quizás piense, «Se que soy salvo hoy, pero cómo puedo saber si lo seré en el futuro. Tal vez pierda mi salvación». Para dicha persona el problema ya no es cuestión de certeza, sino de seguridad. Por ejemplo, un hombre que deposita una gran suma de dinero en el banco tiene la certeza de que toda esa fortuna es suya. Pero si el banco insiste en dejar abierta su caja fuerte, nuestro amigo millonario tendrá problemas con respecto a la seguridad de sus riquezas. Él sabe que es rico hoy, pero no está seguro si lo será mañana. Sucede lo mismo con nuestra salvación. Podemos poseerla hoy y perderla en cualquier momento. De ninguna manera. Podemos afirmar con toda confianza, «He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo», Ec 3 y 14. Un hecho maravilloso con respecto a nuestra salvación en Cristo es que ésta es irreversible, es decir, jamás puede ser anulada ni suprimida. Una vez que somos salvos, lo somos para siempre, ya que el fundamento de nuestra salvación es la persona misma de Dios y su naturaleza. La salvación fue iniciada por Dios. Dios dijo a sus discípulos, «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros», Jeh 3 y 16. En otras palabras, la salvación fue idea de Dios, no nuestra. Desde la eternidad pasada fuimos elegidos y predestinados, o señalados, por el F1 4-5. Aún más, fue el quien nos llamó, Ro 8, 29-30. Lo que fue el plan de Dios salvarnos, es también su plan guardarnos en la salvación. Sería posible que Dios nos hubiera elegido, señalado y llamado, para luego abandonarnos. No, pues la salvación que Dios nos dio es eterna. El amor y la gracia de Dios son eternos. Además, el amor de Dios y su gracia para con nosotros no son condicionales ni temporales. El amor que nos salvó no provino de nosotros, sino de él, 1 Jeh 4-10. Dios nos amó con un amor eterno, Yah 31-3. Su gracia nos fue dada desde la eternidad, antes de que el mundo fuese, 2 Ti 1-9. Cuando Cristo nos ama, nos ama hasta el fin, Jeh 13-1. Por consiguiente, ningún pecado, fracaso o debilidad nuestro podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Ro 8, 35-39. Dios es justo Nuestra salvación está fundada no sólo en el amor y la gracia de Dios, sino también, y con mayor solidez, en su justicia. Nuestro Dios es justo, la justicia y la rectitud son el cimiento de su trono, Sal. 89-14, Si él fuera injusto, su trono carecería de fundamento. Por lo tanto, si nuestra salvación se basa en la justicia de Dios, ciertamente es sólida y estable. Supongamos que usted se pasa un semáforo en rojo y le imponen una multa. La multa es un castigo justo, y la ley exige que usted pague. Si el juez pasa por alto la infracción cometida y lo libera de la responsabilidad sin tener que pagar la multa, tal juez sería injusto. No importa si usted le cae bien al juez o no, él está obligado por la ley a exigirle el pago de la multa. Del mismo modo, nuestro problema con Dios antes de ser salvos era un problema legal. Habíamos quebrantado su ley por nuestro pecado, y por ello habíamos quedado sujetos al justo juicio de la ley. Según la ley de Dios, todo transgresor debe morir, Roses y 23, es 18, 4. No depende de que Dios, por amor, pase por alto nuestros pecados olvidándose del juicio de la ley, si él hiciera esto, su trono se derrumbaría. Él está obligado por su propia ley a juzgar el pecado. ¿Qué otra cosa podría hacer? Ya que el deseo de Dios era salvarnos y nosotros no éramos capaces de pagar la deuda por nuestro pecado, él en su misericordia decidió pagarla por nosotros. Hace dos mil años Jesucristo, Dios encarnado, vino a morir en la cruz para saldar la deuda de nuestro pecado. Únicamente él era apto para morir en nuestro lugar, ya que en él no existía pecado. Por eso, su muerte fue aceptable delante de Dios, y él lo levantó de entre los muertos. Así que ahora, cuando creemos en Cristo, Dios toma su muerte como la nuestra. De esta manera, nuestra deuda por el pecado es justamente pagada, y por consiguiente somos salvos. Sobre la base de todo lo anterior, ¿podría Dios quitarnos la salvación que Cristo compró? Por supuesto que no. Ya que nuestra deuda fue saldada, Dios sería injusto si nos exigiera el pago de nuevo. La misma justicia que anteriormente requería nuestra condena, ahora reclama nuestra justificación. ¿Cuán segura es nuestra salvación? Ni siquiera un juez mundano se atrevería a sugerir que una misma multa fuera pagada dos veces. Mucho menos Dios, quien es la fuente de toda justicia y rectitud. Tal como el hermano Wachman-Neh escribió en un himno. Él para mí obtuvo perdón, y completa remisión. Nuestra deuda del pecado fue pagada, Dios no exigirá doble pago. Primero de su Hijo, mi real seguridad, y luego de mí, otra vez pagar. Por lo tanto, la Biblia declara que cuando Dios nos salva, manifiesta su justicia, Ro 1, 16-17, 3, 25-26. Ahora somos hijos de Dios cuando fuimos salvos no solo recibimos la salvación, sino que también llegamos a ser hijos de Dios, al nacer de su vida eterna, Jehí en 1, 12-13. Tal vez un padre terrenal pueda quitarle a su hijo algo que le hubiese regalado, pero jamás le quitaría la vida que le impartió mediante el nacimiento. Aunque su hijo se porte mal, seguirá siendo su hijo. De igual manera, nosotros somos hijos de Dios, y aunque tengamos muchas debilidades y requiramos de su disciplina, nuestros pecados y flaquezas no cambian el hecho de que somos sus hijos. La vida que recibimos en nuestro nuevo nacimiento es la vida eterna, la vida indestructible, la propia vida de Dios, la cual jamás muere. Una vez que nacemos de nuevo, no podemos deshacer este hecho. Dios es poderoso. Otro factor que garantiza nuestra salvación es el poder de Dios. Él no permitirá que nada ni nadie nos arrebate de sus manos. Jesús dijo, «Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre», Jehí en 10, 28-29. La mano del Padre y la mano del Señor Jesús son dos manos poderosísimas que nos sostienen firmemente. Aun si nosotros intentáramos escapar de esas manos, no lo lograríamos. Dios es más fuerte que Satanás y que nosotros. Dios jamás cambia. Si la salvación se perdiera, muchos de nosotros ya la habríamos perdido. Los seres humanos somos muy volubles. Un día estamos eufóricos y al siguiente, deprimidos. Pero nuestra salvación no se basa en nuestros sentimientos fluctuantes, sino que está arraigada y cimentada en el amor y la fidelidad inmutables de Dios, Mal 3, 6. Jacobo, Santiago, 1 y 17 dice, «Del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni oscurecimiento causado por dotación». Y en Lamentaciones 3, 22-23 leemos, «Nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana, grande es tu fidelidad. Si Él nos amó tanto como para salvarnos, con seguridad nos ama lo suficiente como para preservarnos en esa salvación. Grande es su fidelidad. Cristo lo prometió finalmente, Cristo mismo ha prometido guardarnos, sostenernos y no abandonarnos jamás. Aunque los hombres son infieles y no cumplen sus promesas, Cristo siempre cumplirá lo que prometió. Es lo que Él promete, «Al que a mí viene, por ningún motivo le echaré fuera», Jn 6 y 37, «No te desampararé, ni te dejaré», E 13, 5. Estas promesas del Señor son incondicionales, vemos esto en la expresión «por ningún motivo», lo cual quiere decir que bajo ninguna circunstancia he la de desecharnos ni desampararnos. Esta es su fiel promesa. ¿Qué sólida es la seguridad de nuestra salvación? Dios nos eligió, nos predestinó y nos llamó, además nos dio su amor, su gracia, su justicia, su vida, su fortaleza, su fidelidad inmuta BLE y sus promesas. Todo esto es el fundamento, la garantía y la seguridad de nuestra salvación. Así que, podemos declarar juntamente con Pablo, «Yo sé a quién he creído, y estoy persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día», 2 Ti 1 y 12. El gozo de la salvación. Ya hablamos de la certeza de nuestra salvación, esto es, de cómo podemos saber que somos salvos. Además, confirmamos la seguridad de nuestra salvación, el hecho de que jamás la perderemos. Pero, ¿es esto suficiente? Desafortunadamente muchos creyentes están satisfechos con llegar hasta aquí, con tener la salvación y estar seguros de ello. No obstante, su gozo o disfrute de la salvación es muy escaso. Retomemos el ejemplo de la persona que guarda sus millones en el banco. Él puede tener la certeza de ser rico, e incluso la seguridad de que su depósito está a salvo, pero si nunca gasta nada y se conforma con llevar una vida pobre y limitada a, podríamos decir que no disfruta de sus riquezas. En teoría él es muy rico, pero en la práctica no posee nada. Esta es la condición de muchos cristianos actualmente. Son salvos, pero en su vida diaria experimentan muy poco de las inescrutables riquezas de Cristo, f3, 8. Sin embargo, Dios no sólo desea que tengamos a Cristo, sino que además lo disfrutemos, y que lo hagamos al máximo, yei en 10 y 10, fil 4, 4. La condición normal de los creyentes debe ser la siguiente, os alegráis con gozo inefable y colmado de gloria, un p1, 8. Sin embargo, tenemos que admitir que muchas veces no tenemos este gozo desbordante. ¿Es esto que hemos perdaído nuestra salvación? No. Nuestra salvación está basada en Dios, no en nosotros. No obstante, aunque jamás perderemos nuestra salvación, si podemos perder el gozo de la salvación. La pérdida del gozo de la salvación. ¿Cuáles son las causas de que en ocasiones perdamos nuestro gozo? La primera es el pecado. El gozo depende de nuestra comunión continua con Dios, pero el pecado nos aparta de él y hace que él esconda su rostro de nosotros, is 59, 1 2. Otra razón por la que perdemos el gozo de la salvación es que en ocasiones contristamos al Espíritu Santo, ef 4 y 30. Al ser salvos, llegamos a ser templo de Dios, lo cual significa que su Espíritu mora en nosotros, 1 co 6 y 17, 19, ro 8, 9, 11, 16. Tal Espíritu en nuestro interior no es una fuerza ni una cosa, sino una persona viva, a saber, Jesucristo mismo, 1 co 3 y 45, 2 co 3 y 17, 13, 5. Como cualquier persona, él tiene sentimientos y propósitos. Por lo tanto, cuando hablamos o hacemos algo que no le agrada, él se contrista. Cuando contristamos al Espíritu Santo, nuestro espíritu también se contrista, ya que ambos espíritus están unidos, 1 co 6 y 17, y en consecuencia, perdemos nuestro gozo. Mantener el gozo de la salvación. Nuestra salvación es firme como una roca, pero el gozo de la salvación es como una delicada flor, la cual puede ser perturbada incluso por la más ligera brisa. De aquí que, el gozo es algo que necesitamos cultivar y sustentar. ¿Qué debemos hacer para mantener este gozo? En primer lugar, debemos confesar nuestros pecados, 1 y en 1, 7, 9. Cuando confesamos nuestras faltas al Señor, su sangre nos limpia, y nuestra comunión con él es restaurada. Después de que David pecó, oró de la siguiente manera, «Vuélveme el gozo de tu salvación», sal 51, 12. No es necesario esperar para obtener el perdón, pues la sangre preciosa de Cristo nos limpia instantáneamente de todo pecado. En segundo lugar, debemos tomar la palabra de Dios como nuestro alimento. Jeremías dijo, «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí, y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón», ya 3 y 16, muchas veces al leer y orar la palabra de Dios, nuestro corazón rebosa de alegría. Una persona con hambre no puede ser feliz. Del mismo modo, no debemos ser creyentes malnutridos, por el contrario, debemos alimentarnos constantemente con la palabra del Señor, la cual es como un banquete continuo, MT 4, 4. En tercer lugar, debemos orar. En muchas ocasiones, después de abrir nuestro corazón al Señor y expresarle abiertamente nuestro sentir, experimentamos un gozo profundo y somos refrescados. En Isaías 56, 7 dice que Él nos llenará de gozo en su casa de oración. La verdadera oración no es una repetición de palabras y frases habituales, más bien, es derramar nuestro corazón y nuestro espíritu ante el Señor. Jesús dijo, «Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido», Jn 4 y 24. La verdadera oración nos hace libres y nos llena de disfrute. Finalmente, debemos tener comunión con otros. El mayor gozo de un creyente es estar con otros que aman y disfrutan a Cristo. No existen palabras humanas que puedan describir la dulzura que experimentamos al reunirnos con otros creyentes, alabar juntos al Señor y compartir acerca de Él. En 1 Juan 1, 3-4 dice, «Para que también vosotros tengáis comunión con nosotros, y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que nuestro gozo sea cumplido». La verdadera comunión no es algo que tengamos que hacer por obligación, sino un disfrute, es el gozo más grande que hay sobre la tierra. Así pues, ahora tenemos la certeza, la seguridad y el gozo de haber recibido la salvación. Alabamos al Señor por una salvación tan completa. Capítulo 3. La preciosa sangre de Cristo. Para sobrevivir, todos necesitamos ciertos elementos básicos, como por ejemplo, agua, oxígeno, alimento, vestido y vivienda. Además, nuestro cuerpo requiere de cierta cantidad de proteínas, vitaminas y minerales. Sin éstos, moriríamos, o cuando menos, sufriríamos mucho. Lo mismo ocurre en nuestra vida espiritual. La vida espiritual, al igual que la vida física, requiere de ciertos elementos básicos, los cuales son indispensables. Sin éstos, no sería difícil sobrevivir como cristianos en un mundo que no conoce a Cristo. Uno de éstos elementos básicos es la sangre de Cristo. ¿Por qué necesitamos la sangre de Cristo? Porque esencialmente, como seres caídos que somos, tenemos tres problemas fundamentales. De hecho, a pesar de que somos cristianos, todavía tenemos una vida humana caída. Por tanto, es posible que cada día nos asedien estos problemas. Estos tres problemas están relacionados con tres personas, Dios, nosotros y Satanás. Con respecto a Dios, con frecuencia nos sentimos separados de él, con respecto a nosotros mismos, a menudo nos sentimos culpables, y con respecto a Satanás, a menudo nos sentimos acusados. Estos tres, estar separados de Dios, los sentimientos de culpa y las acusaciones que provienen de Satanás, pueden constituir tres enormes problemas en nuestra vida cristiana. ¿Cómo podemos vencerlos? Vencerse por medio de la sangre de Cristo. Estar separados de Dios. Cuando Adán pecó en el huerto de Edén, inmediatamente se escondió de Dios. Antes que Adán pecara, él disfrutaba a Dios y estaba en su presencia continuamente. Pero después que Adán pecó, se escondió de Dios. El pecado siempre nos separa de Dios. Aunque seamos cristianos, es posible que tengamos una experiencia semejante. Después de haber cometido un pecado pequeño, sentimos que ha surgido una gran separación entre nosotros y Dios. Dios es justo y no puede tolerar ninguna clase de pecado. A esto se refirió el profeta Isaías cuando dijo, He aquí que no se ha cortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír, pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Isaías 59, 1-2. Después que Adán pecó, Dios no le dijo, Adán, ¿qué has hecho?, mas bien, Dios dijo, Adán, ¿dónde estás? En otras palabras, Dios no se preocupa tanto por los pecados que cometimos, como por el hecho de que éstos nos separan de él. Dios nos ama, pero aborrece nuestros pecados. Mientras permanezcan nuestros pecados, Dios tiene que mantenerse alejado de nosotros. En tal condición, nos sentimos lejos de Dios. Nuestros pecados deben desaparecer para que Dios pueda venir a nosotros. En todo el universo solo existe un elemento capaz de quitar nuestros pecados, la preciosa sangre de Cristo. Nuestras oraciones, lágrimas, ritos, penitencias, promesas, remordimiento o el tiempo mismo, no pueden quitar nuestros pecados. Solamente la preciosa sangre de Cristo puede quitar nuestros pecados. Hebreos 9 y 22 dice que sin derramamiento de sangre no hay perdón. En el libro de Éxodo encontramos un buen ejemplo de esto. Es posible que algunos de los hijos de Israel hubieran sido tan pecaminosos como los egipcios. No obstante, cuando Dios envió a su ángel para matar a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, no dijo, «Cuando vea yo vuestro buen comportamiento, pasaré de vosotros». Tampoco les exigió a los hijos de Israel que oraran, que hicieran alguna penitencia o que prometieran comportarse bien. En lugar de ello, Dios les mandó que inmolaran un cordero pascual y que untaran su sangre en los dinteles de las casas. Luego les dijo, «Y veré la sangre y pasaré de vosotros», ex 12 y 13. Dios en ningún momento se fijó en qué tipo de personas eran las que estaban reunidas en cada casa, sino que simplemente, al ver la sangre, pasó de ellos. Aquel cordero pascual es un cuadro de Cristo. Cuando Juan el Bautista vio al Señor por primera vez, proclamó, «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Y en 1 y 29. Jesús es el Cordero de Dios, y por su preciosa sangre, todos nuestros pecados han sido quitados. ¿Qué debemos hacer, entonces, cuando hemos pecado y nos sentimos alejados de Dios? Simplemente, debemos confesar ese pecado a Dios y creer que la sangre de Jesús lo ha quitado. En 1 Juan 1, 9 dice, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia». Una vez que hayamos confesado nuestros pecados, inmediatamente se desvanecerá toda distancia que haya entre nosotros y Dios. En tal momento, no nos debe preocupar si sentimos o no que hemos sido perdonados. La sangre de Cristo es derramada primeramente para la satisfacción de Dios, y no para la satisfacción nuestra. Recordemos que Dios dijo, «Veré la sangre», no dijo «Veréis la sangre». En la noche de la Pascua, los hijos de Israel se encontraban reunidos dentro de sus casas y la sangre del Cordero estaba afuera. Dentro de la casa, ninguno de ellos podía ver la sangre, no obstante, tenían paz al saber que Dios estaba satisfecho con aquella sangre. Una vez al año, en el día de la expiación, el sumo sacerdote entraba solo al lugar santísimo para rociar la sangre sobre el propiciatorio, la cubierta del arca, Lv 16, 11-17. A nadie se le permitía observar. Esto es una sombra de Cristo quien, después de su resurrección, entró en el tabernáculo celestial y roció su propia sangre delante de Dios como propiciación por nuestros pecados, E 9 y 12. Hoy nadie puede ir a Inspeccione y a Ar los Cielos y ver la sangre, pero ciertamente está allí. La sangre está allí hablando a favor nuestro, E 12 y 24, y satisfaciendo a Dios por nosotros. ¿Por qué no veamos la sangre si podemos creer en su eficacia? Esta sangre resuelve el problema que tenemos con Dios si Dios considera que la sangre de Cristo es suficiente para quitar nuestros pecados, ¿por qué no considerarla igual nosotros? ¿Acaso además de esto se requiere que nos sintamos bien? ¿Pueden ser nuestros requisitos más elevados que los de Dios? No. Lo único que nos toca hacer es confesar, oh, Dios, te doy gracias porque la sangre de Cristo ha quitado todos mis pecados. Si tú estás conforme con esta sangre, yo también. Los sentimientos de culpa en nuestra conciencia. El segundo problema crucial del hombre, tiene que ver consigo mismo. Interiormente, en su conciencia, el sentimiento de culpa es muy intenso. Muchos jóvenes hoy en día están agobiados por sentimientos de culpa. Esta culpa es un gran problema para el hombre. Nuestros pecados, por una parte, ofenden a Dios, y por otra, nos contaminan. ¿Qué es el sentimiento de culpa? Es la mancha que dejan los pecados en nuestra conciencia. La conciencia de un niño no está muy manchada. Pero a medida que crece, las manchas se acumulan. La conciencia es como una ventana que si nunca se lava, se oscurece cada vez más hasta que finalmente muy poca luz puede penetrar. No existe ningún detergente, componente químico ni ácido que pueda quitar las manchas, los sentimientos de culpa, presentes en nuestra conciencia. Ni siquiera una bomba nuclear podría hacer desaparecer estas manchas, no, nuestra conciencia requiere de algo aún más poderoso. Lo que necesita nuestra conciencia es la preciosa sangre de Cristo. Hebreos 9 y 14 dice, Cuanto más la sangre de Cristo, puriefe y cará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo. La sangre de Cristo es lo suficiente poderosa para purificar y limpiar nuestra conciencia de toda mancha de culpabilidad. ¿Cómo puede la sangre purificar nuestra conciencia? Supongamos que usted recibe una multa por estacionarse indebidamente. En ese momento usted tiene tres problemas, primero, ha quebrantado la ley, segundo, debe al gobierno una multa, y tercero, tiene una nota que le recuerda de la multa. Supongamos además que usted no tiene dinero y que se le hace difícil pagar la multa. No puede tirar la nota en la basura, porque la policía tiene copia de ella y entablarán una acción judicial contra usted si no paga. Así que tiene un verdadero problema. Esto es un cuadro de lo que sucede cada vez que pecamos. Primero, hemos quebrantado la ley de Dios, es decir, hemos hecho algo que ofende a Dios. En segundo lugar, debemos algo a la ley de Dios. Romanos 6 y 23 dice que la paga del pecado es muerte. Ahora es una multa muy cuantiosa, imposible de pagar. Y en tercer lugar, tenemos un sentimiento de culpa en nuestra conciencia, semejante a la nota que guardamos en el bolsillo, la cual persistentemente nos recuerda del delito. Ahora anunciaremos las buenas nuevas. Cuando Jesucristo murió en la cruz, su muerte satisfizó plenamente todos los requisitos de la ley de Dios. En otras palabras, la deuda que teníamos a causa de nuestros pecados ya fue pagada alabado sea el Señor. Jesucristo pagó todo por medio de su muerte en la cruz. Los primeros dos problemas han quedado resueltos, Dios ya no tiene nada contra nosotros, y la deuda del pecado ha sido pagada. ¿Y qué de nuestra conciencia? La mancha de calpabilidad, igual que la nota, aún permanece con nosotros como una constancia de nuestro pecado. Es aquí donde la sangre de Cristo opera, limpiando nuestra conciencia. Debido a que la muerte de Cristo pagó la deuda por el pecado, su sangre puede ahora borrar la constancia de esa deuda. Al igual que una multa después que la pagamos, podemos romper la nota y echarla en la basura, así también nosotros podemos ser limpios en nuestra conciencia de cualquier culpa. Es muy fácil experimentar esto. Cada vez que usted peque y sienta culpa, simplemente abra su ser a Dios y ore así, «Oh Dios, perdóname por lo que hice hoy. Te doy gracias, Señor, por haber muerto en la cruz por mí y por haber pagado la deuda de este pecado que acabo de cometer. Señor, creo firmemente que tú me has perdonado este pecado. Ahora mismo reclamo tu preciosa sangre, para que me limpie de toda mancha de culpa que haya en mi conciencia». Recordemos un Juan 1, 9, que dice, «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia». También en Salmos 103, 12 dice, «Cuánto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras transgresiones». Quién puede decir cuán lejos está el oriente del occidente. Asimismo, cuando confesamos nuestros pecados, Dios pone una distancia infinita entre ellos y nosotros. Ya no tienen nada que ver con nosotros. Por consiguiente, podemos obtener reposo en nuestra conciencia. Cuando Dios nos perdona, él olvida la falta cometida. No piense que después de que Dios perdona nuestros pecados, algún día vendrá a recordárnoslos. No. Con respecto a nuestros pecados perdonados, Dios tiene muy mala memoria. En cuanto a esto, algunas veces usted quizás tenga mejor memoria que Dios. Puede Dios verdaderamente olvidar. Esto es precisamente lo que dice Jeremías 31, 34, «Perdonaré la iniquidad de ellos, y no me acordaré más de su pecado». Si Dios olvida nuestros pecados, entonces nosotros podemos olvidarlos también. No le recordemos a Dios algo que él ya ha olvidado. Cristo murió hace casi dos mil años. Su sangre ya fue derramada y ahora está disponible a nosotros las veinticuatro horas del día para limpiar nuestra conciencia. Cuando pequemos, no tenemos que dejar pasar cierto tiempo. Esto no mejorará el poder de la sangre. La sangre de Cristo es todopoderosa. Dondequiera que estemos y a cualquier hora del día, en cuanto tengamos la menor sensación de culpa en nuestra conciencia, simplemente debemos reclamar la preciosa sangre de Cristo. En Salmos 32, 1-2 dice, «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada. Bienaventurado huel hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad». Por medio de la preciosa sangre de Cristo, el problema de la culpa queda resuelto. Las acusaciones que provienen de Satanás. No obstante, a veces sucede que después de haber caamfiseído nuestros pecados y haber aplicado la sangre, seguimos sintiéndonos mal interiormente. ¿Sería esto un indicio de que nuestro pecado no ha sido perdonado? ¿Será que la sangre de Cristo no ha sido eficaz? ¿Será que necesitamos de algo más? A todo esto tenemos que contestar, «No». Entonces, ¿de dónde provienen todos estos sentimientos después que hemos confesado nuestras transgresiones y aplicado la sangre? El origen de tales sentimientos es Satanás, el enemigo de Dios. Para entender esto debemos ver quién es Satanás y qué es lo que él hace. Satanás es el diablo, que significa acusador según el idioma original de la Biblia. Por eso Apocalipsis 12 y 10 lo llama el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa del ante de nuestro Dios día y noche. Satanás, el enemigo de Dios, dedica la mayor parte de su tiempo a acusar al pueblo de Dios día y noche. Esa es su ocupación. Por supuesto, Dios no le ha pedido hacer esto. Más bien, Satanás, de su propia cuenta, ha decidido acusar al pueblo de Dios sin cesar. Esto se revela en la historia de Job, quien era un hombre recto y temeroso de Dios, Job 1, 1. No obstante, leemos que Satanás se presentó ante Dios para acusar a Job, diciendo, ¿Acaso teme Job a Dios de balde? Al trabajo de sus manos has dado bendición, por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no te maldice en tu cara, Job 1, 9-11. En otras palabras, Satanás acusó a Job de temer a Dios solamente porque Dios le había bendecido. Satanás le dijo a Dios que había sobornado a Job y que si él le quitaba a Job todas sus riquezas, éste le maldeciría. Esto es un ejemplo de la manera en que Satanás nos acusa en la esfera espiritual. En el libro de Zacarías, el sumo sacerdote, Josué, estaba delante de Dios y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle, 3, 1. Josué estaba vestido de vestiduras viles, verso 3, lo cual se refiere a su condición pobre y pecaminosa. Cuán frecuentemente nuestra deplorable condición le da ocasión a Satanás para acusarnos. Esto implica que Satanás no solamente es el enemigo de Dios, sino que también es nuestro enemigo. Cuando nos acercamos a Dios, Satanás nos resiste acusándonos. Nada paraliza tanto espiritualmente a un cristiano como la acusación. Cuando escuchamos las acusaciones de Satanás, quedamos completamente impotentes. Es como si perdiéramos toda la fuerza de nuestro espíritu. Cuando un cristiano está bajo acusación, le es difícil tener comunión con otros, y, más que eso, se le dificulta orar. Siente como si no pudiera acercarse a Dios. Esta es la sutileza del enemigo. Él nunca se nos aparece vestido de rojo y con un tridente, diciéndonos, «Yo soy el diablo. He venido a condenarte». Él es mucho más astuto. Lo que él hace es acusarnos interiormente y nos engaña a Hacienda a no uspensar que es Dios mismo quien nos habla. ¿Cómo podemos distinguir entre la verdadera iluminación que Dios trae a nuestra conciencia y la acusación de Satanás? A veces es difícil distinguir entre ambas, pero hay tres maneras de saberlo, en primer lugar, la luz de Dios nos abastece, mientras que la acusación de Satanás nos agota. Cuando Dios nos muestra nuestros pecados, quizás nos sintamos descubiertos y heridos, sin embargo, al mismo tiempo nos sentimos abastecidos y motivados a acercarnos a Dios y aplicar la preciosa sangre de Cristo. Las acusaciones de Satanás, por el contrario, son totalmente negativas. Cuanto más uno las escucha, más difícil le es orar. Nos sentimos vacíos y desanimados. En segundo lugar, cuando Dios nos habla, siempre lo hace de una manera muy específica, mientras que la condenación que proviene de Satanás es frecuentemente, aunque no siempre, ambigua. A veces nos hace pensar que estamos cansados, o que hemos tenido un día difícil. Otras veces, tenemos la vaga impresión de no estar bien con Dios. Pero al examinar nuestra conciencia, no encontramos ningún pecado en particular que pudiera crear una separación entre Dios y nosotros. Incluso es posible que otras veces nos despertemos con sentimientos de depresión o de desasosiego con respecto a Dios. Todos estos sentimientos inciertos de condenación que no parecen ser causados por el pecado, provienen de Satanás y tenemos que rechazarlos. Cuando Dios nos habla, Él lo hace de manera específica y positiva. Pero cuando es Satanás quien nos habla, frecuentemente lo hace de una manera ambigua y negativa. En tercer lugar, cualquier sensación de intranquilidad que persista en nosotros después de haber confesado y reclamado la sangre, proviene de Satanás. No es necesario confesar y reclamar la sangre más de una vez. Los requisitos de Dios son satisfechos de inmediato por la sangre. Quien nunca está satisfecho es Satanás. Él quiere vernos confesar una y otra vez. Proverbios 27, 15 dice, «Gotera continua en día de lluvia y la mujer rencillosa, son semejantes». Así son las acusaciones de Satanás, como una gotera continua o como una mujer rencillosa, y no nos dejan descansar. Pero la manera en que Dios nos habla es diferente. Cuando confesamos nuestros pecados y declaramos que la sangre nos limpia, Dios inmediatamente queda satisfecho. Cualquier otra voz que escuchemos es la de Satanás. Si a pesar de haber confesado nuestros pecados y haber reclamado la preciosa sangre de Cristo, todavía nos sigue perturbando alguna inquietud interior, inmediatamente debemos dejar de orar y de confesar nuestros pecados. En lugar de ello, debemos volvernos a Satanás, la fuente de las acusaciones, y decirle, «Satanás, yo ya confesé mi pecado a Dios. Él me perdonó y la sangre de Jesucristo me limpió. Esta intranquilidad que siento no proviene de Dios sino de ti, y la rechazo. Satanás, mira la sangre de Cristo. Esta sangre responde a cada una de tus acusaciones. Trate de hablarle a Satanás de esta manera. Cuando usted aplica la sangre de este modo, Satanás es derrotado y él lo sabe. Apocalipsis 12, 10-11 dice, «Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos. La palabra de nuestro testimonio es nuestra declaración de que la sangre de Jesucristo nos ha limpiado de todo pecado y que esa sangre ha derrotado a Satanás. Cuando hablamos con esta clase de de nuevo, obtenimos victorias sobre las acusaciones de Satanás. La vida cristiana es como una batalla. Satanás, vuestro adversario, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.» 1 Pe 5, 8. Para pelear esta batalla, requerimos de armas apropiadas. Un arma importante que nosotros debemos utilizar, es la sangre de Cristo. Una vida diaria llena de la presencia de Dios por el poder de la preciosa sangre de Cristo, los cristianos podemos vivir continuamente en la presencia de Dios. Cada vez que algún pecado, por insignificante que sea, estorbe nuestra comunión con Dios, podemos de inmediato confesarlo y reclamar la sangre prevaleciente del Señor, y al instante, nuestra comunión será restaurada. ¿Para qué perder tiempo? La sangre de Cristo está disponible para nosotros cada momento y cada día. Nunca podemos agotar el poder limpiador de la sangre de Cristo. Su sangre no solamente es capaz de limpiarnos de todo pecado que hayamos cometido en el pasado, sino también de todos aquellos pecados que podamos llegar a cometer. Por el poder de la preciosa sangre de Cristo, podemos gozar de una conciencia libre de toda mancha de culpa y, por ende, podemos acercarnos confiadamente a Dios. Llémonos al lugar santísimo con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, he 10 y 22. Por la sangre de Cristo, nuestra conciencia puede ser liberada de toda culpa y, al igual que una ventana recién lavada, puede quedar transparente, resplandeciente y llena de luz. Finalmente, por el poder de la preciosa sangre de Cristo, podemos vencer todas las acusaciones de Satanás. Aunque Satanás nos acuse con vehemencia, la sangre de Cristo siempre prevalece y responde a cada una de dichas acusaciones. La sangre es nuestra arma. Con esta arma jamás seremos derrotados por Satanás, por el contrario, nosotros le derrotaremos. Cuanto amamos y apreciamos la sangre de Cristo, por esta sangre podemos vivir en la presencia de Dios día tras día. Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado. 1 De Juan 1, 7 CAPÍTULO 4 INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR ¿Qué significa invocar el nombre del Señor? Algunos cristianos piensan que invocar el nombre del Señor es lo mismo que orar a él. Ciertamente, invocar es una especie de oración, pero no es simplemente orar. La palabra hebrea traducida invocar significa llamar, clamar, exclamar, en griego, esta palabra significa invocar a una persona, llamarla por su nombre. En otras palabras, invocar significa llamar audiblemente a una persona por su nombre. Aunque la oración puede hacerse en silencio, uno invoca audiblemente. Hay dos profetas del Antiguo Testamento que nos ayudan a entender lo que significa invocar al Señor. Jeremías nos muestra que invocar el nombre del Señor equivale a clamar al Señor y experimentar la respiración espiritual, «Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde el hoyo profundo, oíste mi voz, no escondas tu oído a mis suspiros, a mi clamor», LM 3, 55-56. Isaías también afirma que cuando invocamos al Señor, estamos clamando a él, «He aquí, Dios es salvación mía, me aseguraré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es jah Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día, alabad a Jehová, invocad su nombre. Cantad salmos a Jehová, clama y grita de júbilo, oh moradora de Sahellán, porque grande es en medio de ti el Santo de Israel», Is 12, 2-6. De qué manera puede ser Dios nuestra salvación, nuestra fortaleza y nuestra canción? ¿Cómo podemos sacar con gozo aguas de las fuentes de la salvación? La manera consiste en invocar el nombre del Señor, alabarle, cantarle un himno, clamar y gritar de júbilo. Todo esto equivale al invocar que se menciona en el versículo 4. La práctica de invocar el nombre del Señor según el Antiguo Testamento. Invocar el nombre del Señor tuvo su comienzo con Enos, el hijo de Seth, en la tercera generación del linaje Uman, gn 4 y 26. La historia de esta práctica prosiguió a lo largo de la Biblia con Abraham, 12, 8, Isaac, 26, 25, Moisés, Dití 4, 7, Job, Job 12, 4, Jeibs, 1 cr. 4 y 10, Sansón, Jue 4 y 28, Samuel 1 s. 12 y 18, David, 2 s. 22, 4, Jonás, Jon 1, 6, Elías, 1 r. 6 y 24, y Jeremías, lm 3 y 55. Los santos del Antiguo Testamento no solo invocaron al Señor, sino que profetizaron que otros también invocarían su nombre, Jehiel 2 y 32, Saaf 3, 9, Sac 13, 9. Aunque muchas personas están familiarizadas con la profecía de Joel respecto al Espíritu Santo, son pocas las que han prestado atención al hecho de que para recibir el derramamiento del Espíritu Santo se requiere que invoquemos el nombre del Señor. Por una parte, Joel profetizó que Dios derramaría su Espíritu, por otra, profetizó que las persaanas invocarían el nombre del Señor. Esta profecía fue cumplida el día de Pentecostés, HCH 2, 17a, 21. Para que Dios derrame su Espíritu sobre nosotros, se requiere de nuestra cooperación, esto es, invocarle a él. La misma práctica que tenían los creyentes del Nuevo Testamento. Los creyentes del Nuevo Testamento comenzaron a invocar el nombre del Señor a partir del día de Pentecostés, HCH 2 y 21. Mientras Esteban era apedreado, él invocaba el nombre del Señor, HCH 7 y 59. Los creyentes neotestamentarios se acostumbraban invocar al Señor, HCH 9 y 14, 10 y 16, 1 1, 2, 2 y 2 y 22. Saulo de Tarso tenía autoridad de los principales saquedotes para prender a todos los que invocaban el nombre del Señor, HCH 9 y 14. Esto indica que todos los primeros santos tenían por costumbre invocar a Jesús. El hecho de que invocaban al Señor era una señal, una característica, de que eran cristianos. Si somos los que invocan el nombre del Señor, nuestra práctica de invocar su nombre nos identificará como cristianos. El apóstol Pablo puso énfasis en el asunto de invocar cuando escribió el Libro de Romanos. Él dijo, «Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan, porque, todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo», ro 10, 12-13. En 1 Corintios Pablo también habló de invocar al Señor cuando escribió las palabras, «Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor y Jesucristo, Señor de ellos y nuestro», 1 co 1, 2. Aún más, en 2 Timoteo él le dijo a Timoteo que siguiese las cosas espirituales con los que de corazón puro invocan al Señor, 2 y 22. Mediante estos versículos podemos ver que en el primer siglo los cristianos tenían la práctica de invocar continuamente el nombre del Señor. Así que, tanto en la era del Antiguo Testamento como en los primeros días de la era cristiana, los santos invocaban el nombre del Señor. Cuán lamentable es que la mayoría de los cristianos haya descuidado esto por tanto tiempo. Deseamos firmemente que hoy el Señor desea recobrar el que invoquemos su nombre y que esto llegue a ser nuestra práctica, a fin de que disfrutemos las riquezas de su vida. El propósito de invocar. ¿Por qué necesitamos invocar el nombre del Señor? Los hombres necesitan invocar el nombre del Señor para ser salvos, ro 10 y 13. Cuando las personas oran en silencio, sin duda son salvas, aunque no de una manera tan rica. Invocar en voz alta nos ayuda a ser salvos de una manera más rica y completa. Es por eso que tenemos que animar a las personas a que abran su ser e invoquen el nombre del Señor Jesús. El Salmo 116 nos dice que podemos participar de la salvación que el Señor efectúa al invocarle a él, Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor, v13. Este Salmo habla cuatro veces acerca de invocar al Señor, vs 2, 4, 13, 17. Como vimos antes, invocar el nombre del Señor es la manera en que podemos sacar aguas de las fuentes de la salvación, is 12, 2-4. Muchos cristianos nunca han invocado al Señor. Si usted nunca ha invocado el nombre del Señor, aun al grado de haber gritado delante de él, es dudoso que le haya disfrutado plenamente. Invocad su nombre, clama y grita de júbilo, is 12, 4, 6. Pruebe gritar en la presencia del Señor. Si usted nunca ha declarado a gritos lo que él es para usted, inténtelo. Cuanto más grite, oh Señor Jesús, eres tan bueno para mí, más liberado será de su yo y más lleno será del Señor. Muchos de santos han sido liberados y enriquecidos al invocar el nombre del Señor. También invocamos al Señor para ser rescatados de la angustia, sal 18, 6, 118, 5, de la tribulación, sal 50, 15, 86, 7, 81, 7, y de la tristeza y el dolor, sal 116, 3-4. Muchos que han argumentado en contra de la práctica de invocar el nombre del Señor, se han hallado ellos mismos invocándole mientras pasaban por ciertos problemas o enfermedades. Si estamos exentos de problemas, quizás podamos argumentar en contra de invocar el nombre del Señor, pero siempre que hayan tribulaciones, no necesitaremos que nadie nos diga que le invoquemos, ya que invocaremos espontáneamente. Asimismo, participamos de la misericordia abundante del Señor cuando le invocamos. Cuanto más le invocamos, más disfrutamos de su misericordia, sal 86, 5. Además, invocamos al Señor para recibir el Espíritu, hch 2, 17a, 21. La mejor manera de ser llenos del Espíritu, y también la más sencilla, es invocar el nombre del Señor Jesús. El Espíritu ya fue derramado, y ahora lo que necesitamos hacer es recibirle al invocar el nombre del Señor. Isaías 55, 1 dice, A todos los sedientos, venid a las aguas, y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. Cómo podemos comer y beber al Señor. En el versículo 6 del mismo capítulo, Isaías nos presenta la manera, buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Así que, si queremos comer del alimento espiritual que nos satisfeis, debemos buscar al Señor e invocar su nombre. Romanos 10 y 12 dice que el Señor de todos es rico para con todos los que le invocan. Invocar al Señor es la forma de disfrutar sus riquezas. El Señor no solo es rico, sino que también está cerca y disponible a nosotros, ya que Él es el Espíritu vivificante, 1 Co 3 y 45. Como el Espíritu, Él es omnipresente y podemos invocar su nombre en cualquier momento y en cualquier lugar. Cuando le invocamos, Él viene a nosotros como el Espíritu y disfrutamos de sus riquezas. El libro de 1 Corintios habla sobre el disfrute que tenemos de Cristo. En el capítulo 12, Pablo nos muestra la manera de disfrutar al Señor, dicha manera consiste en invocar su nombre, 12, 3, 1, 2. Cada vez que clamamos, Señor Jesús, Él viene como Espíritu y bebemos de Él, 12 y 13, el Espíritu vivificante. Si invoco el nombre de una persona, y si ella es real y viviente y está presente, dicha persona vendrá a mí. El Señor Jesús es real y viviente y está presente. Él siempre está disponible. Cada vez que invocamos su nombre, Él viene. Quiere usted disfrutar de la presencia del Señor junto con todas sus riquezas. La mejor forma de experimentar su presencia junto con todas sus riquezas, es invocar su nombre. Invoquele mientras conduce o mientras trabaja. Puede invocar al en cualquier lugar o en cualquier momento. El Señor está cercano y es rico para con todos los que le invocan. Asimismo, al invocar el nombre del Señor, somos avivados y nos despertamos. Isaías 64, 7 dice, Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti. Cuando nos sentimos abatidos o desanimados, podemos cobrar aliento y despertarnos invocando el nombre del Señor Jesús. Cómo invocar. Cómo debemos invocar el nombre del Señor. Debemos invocarle con un corazón puro, 2 Timoteo 2 y 22. Nuestro corazón, donde se origina nuestro invocar, debe ser puro, es decir, debe ser un corazón que sólo busca al Señor. También debemos invocar con labios puros, Saaf 3, 9. Debemos estar atentos a la forma en que nos expresamos, pues nada contamina tanto nuestros labios como hablar descuidadamente. Si nuestros labios son impuros, debido a que hablamos descuidadamente, no será difícil invocar al Señor. Además de un corazón puro y pureza de labios, necesitamos abrir nuestra boca, Sal 81, 10. Para invocar al Señor, tenemos que abrir bien nuestra boca. Debemos también invocar al Señor corporativamente. En 2 Timoteo 2 y 22 dice, «Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor». Debemos reunirnos con el propósito de invocar el nombre del Señor. En Salmos 88, 9 dice, «Te he llamado, o Jehová, cada día». Esto nos muestra que debemos invocar diariamente su nombre. Por último, en Salmos 116, 2 dice, «Por tanto, le invocaré en todos mis días». En tanto que vivamos, debemos invocar el nombre del Señor. La necesidad de poner esto en práctica. Invocar el nombre del Señor no es simplemente una doctrina, sino algo muy práctico. Debemos invocar diariamente y a cada hora. Nunca debemos dejar de respirar espiritualmente. Es que muchos más de entre el pueblo del Señor, y especialmente los creyentes nuevos, implementen la práctica de invocar el nombre del Señor. Hoy día muchos cristianos han descubierto que le pueden conocer a él, que pueden participar del poder de su resurrección, que pueden experimentar su salvación de una manera espontánea y que pueden andar en unión con él al invocar su nombre. En cualquier circunstancia y en cualquier momento, invóquele así, «Señor Jesús», o «Señor Jesús». Si usted pone en práctica invocar el nombre del Señor, comprobará que esta es una manera maravillosa de disfrutar de las riquezas del Señor. CAPÍTULO 5 LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO, NUESTRO ESPÍRITU HUMANO Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en el Col 2, 6. Recibir a Cristo es sin duda una experiencia maravillosa, no obstante, es sólo el disfrute inicial de sus riquezas. Muchos cristianos desean experimentar a Cristo y aplicarlo en todos los aspectos de su vida. Esperamos que en este folleto encuentren la ayuda necesaria para experimentar diariamente a Cristo, quien es nuestra vida, Col 3, 4. Pongamos el siguiente ejemplo, para entrar a un cuarto cerrado necesitamos saber cuál es la llave y cómo usarla. De la misma manera, si deseamos abrir la puerta que nos conduce a experimentar la plenitud de Cristo, necesitamos poseer la llave y saber cómo usarla. El propósito de este folleto es mostrarles la llave. Si obtenemos esta llave y sabemos cómo usarla, tendremos el secreto para experimentar a Cristo, quien es nuestra vida. Así que, la llave es de suma importancia. Un versículo crucial del Nuevo Testamento es 1 Tesalonicenses 5 y 23, que dice, «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo, y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El hombre consta de tres partes distintas y delimitadas, el espíritu, el alma y el cuerpo. Es fácil establecer la diferencia entre el cuerpo y el alma, todos sabemos que estas dos partes son distintas, pero no es tan fácil distinguir la diferencia entre el alma y el espíritu. De hecho, la mayoría piensa que el espíritu y el alma son lo mismo, pero como vimos en el versículo antes mencionado, el Espíritu de Dios establece claramente en la palabra que el hombre está formado de tres partes. En esta cláusula, las tres partes aparecen unidas gramaticalmente por dos conjunciones, vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo. Otro versículo que muestra la diferencia entre el espíritu y el alma es Hebreos 4 y 12, que dice, Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu. El alma y el espíritu no son lo mismo, ya que este versículo nos dice que pueden ser divididos. El alma es diferente del espíritu, y debemos hacer una separación entre ambos. En el universo existen tres mundos o esferas diferentes, el mundo físico, el mundo psicológico y el mundo espiritual. Debido a que el hombre tiene tres partes, puede tener contacto con estas tres esferas distintas. La primera de ellas corresponde al mundo físico, el cual está lleno de cosas materials. Los humanos tenemos contacto con el mundo físico por medio de los cinco sentidos del cuerpo, el oído, la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Otra esfera es el mundo espiritual. ¿Por supuesto podemos percibir el mundo espiritual por medio de estos cinco sentidos? Por supuesto que no. La única manera de percibir el mundo espiritual es por medio de nuestro espíritu. Nuestro espíritu posee el sentido espiritual con el cual podemos percibir a Dios. Además, existe el mundo psicológico, el cual no es ni físico ni espiritual. Supongamos que alguien le regala mucho dinero y usted se pone muy feliz. ¿A qué esfera pertenece esta felicidad, al mundo físico o al espiritual? No pertenece a ninguno de los dos. Tanto la felicidad como el gozo y la tristeza, son sentimientos que pertenecen al mundo psicológico. La palabra psicología proviene del término griego suge, que en el Nuevo Testamento se traduce alma. La psicología es el estudio del alma. Así que, existe el mundo psicológico o anímico, en el cual experimentamos gozo o tristeza. El hombre fue creado con tres partes, el espíritu, sac 12, 1, el alma, ya 38, 16, y el cuerpo, GN 2, 7, a fin de que pudiera tener contacto con los tres mundos o esferas diferentes, el mundo espiritual, el mundo psicológico y el mundo físico. El alma a su vez consta de tres partes. Una de ellas es la parte emotiva, Diti 2 y 26, CNT 1, 7, MT 26, 38, es en ella que amamos, deseamos, odiamos, y sentimos gozo o tristeza. Otra parte del alma es la mente, Yas 11 y 14, Sal 139, 14, PR 19, 2. En la mente se hallan los pensamientos, razonamientos, ideas y conceptos. La tercera parte del alma es la voluntad, Job 7 y 15, 6, 7, 1CR. 10 y 19, con la cual tomamos decisiones. El gozo y la tristeza pertenecen a nuestra parte emotiva, los razonamientos y pensamientos se producen en nuestra mente, y en la toma de decisiones, la voluntad es la que opera. Por consiguiente, la mente, la voluntad y la parte emotiva son las tres partes que conforman el alma. Con la mente pensamos, con la voluntad decidimos y con la parte emotiva expresamos nuestros gustos, disgustos, amor u odio. Para tener contacto con el mundo psicológico utilizamos nuestra alma, que es la parte psicológica de nuestro ser. El principio es el mismo con respecto al mundo espiritual. Para tener contacto con el mundo espiritual debemos usar nuestro espíritu. Permítame ejemplificar esto de la siguiente manera. Supongamos que alguien habla con usted. El sonido de la voz es real, pero si usted se tapa los oídos y trata de usar los ojos para ver la voz, no percibirá nada porque está usando el órgano equivocado. Si queremos escuchar el sonido de la voz, debemos usar el órgano del oído. Podemos aplicar el mismo principio con respecto a distinguir colores. Supongamos que frente a usted tiene el color azul, el verde, el morado, el rojo y muchos otros colores hermosos. No obstante, si ejercita su oído tratando de escuchar los colores, no podrá apreciar la belleza de ellos. Aunque las sustancias estén presentes, usted no podrá verlas, pues está usando el órgano equivocado. ¿Cómo podemos entonces tener contacto con Dios? ¿Cuál de nuestros órganos debemos usar? Primero debemos ver cuál es la sustancia de Dios. En 1 Corintios 3 y 45, 2 Corintios 3 y 17, Juan 14, 16-24 y 24 se nos dice que Dios es Espíritu. ¿Podemos acaso tener contacto con Dios usando nuestro cuerpo físico? No. Ese no es el órgano correcto. ¿Podemos entonces tener contacto con Dios usando el órgano psicológico de nuestra alma? No. Ese tampoco es el órgano apropiado. Únicamente por medio de nuestro espíritu podemos tener contacto con Dios, puesto que Dios es Espíritu. En Juan 4 y 24 dice, Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu, es necesario que adoren. Este es un versículo sumamente importante. El primer espíritu mencionado en este versículo aparece con mayúscula y se refiere al Espíritu Divino, a Dios mismo. El segundo espíritu está escrito con minúscula, porque se refiere a nuestro espíritu humano. Dios es Espíritu, así que debemos adorarle en nuestro espíritu. No podemos adorarlo ni tener contacto con él mediante el cuerpo o el alma. Puesto que Dios es Espíritu, la única manera en que podemos adorarlo y tener contacto y comunión con él, es en nuestro espíritu y con nuestro espíritu. Veamos otro versículo en el cual se mencionan estos dos espíritus. En Juan 3, 6 dice, Lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es. Los creyentes sabemos que hemos sido regenerados, que hemos nacido de nuevo. Pero, sabemos qué significa esto. Simplemente quiere decir que nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios. La palabra dice que lo que es nacido del Espíritu, del Espíritu de Dios, es Espíritu, Espíritu humano. Este versículo revela en qué parte de nuestro ser nacemos de nuevo, no es en el cuerpo ni en el alma, sino en el Espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. El Espíritu Santo nos vivificó y nos impartió vida a fin de regenerar nuestro espíritu. En el momento en que creímos en el Señor Jesús, el Espíritu Santo vino a nosotros juntamente con Cristo como vida, para vivificar y regenerar nuestro espíritu. A partir de ese momento, él mora en nuestro espíritu humano, Yeyen 4 y 24, Ro 8 y 16, 2 Ti 4 y 22, 1 Ceo 6 y 17. Jesucristo vino a esta tierra y vivió como hombre por treinta y tres años y medio. Luego, fue crucificado por nuestros pecados, él murió, resucitó y llegó a ser Espíritu vivificante, 1 Ceo 3 y 45. En 2 Corintios 3 y 17 vemos que el Señor, Cristo, es el Espíritu. Debemos rebozar de alabanzas por el hecho de que Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nosotros. Somos creados como vasos o recipientes compuestos de cuerpo, alma y espíritu. Nuestro espíritu humano es el órgano en el cual Cristo, en calidad de espíritu vivificante, ha entrado en nuestro ser. Los versículos anteriores muestran claramente que ahora Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, debemos recordar que el Dios que está en nosotros no es sólo Dios, sino además Jesucristo. Todo lo que Cristo es, y todo lo que Él realizó, logró y obtuvo, está incluido en este Espíritu vivificante. Ahora este Espíritu ha entrado a nuestro espíritu y se ha mezclado con él, de modo que somos un solo espíritu con el Señor, 1 Ceo 6 y 17. Alabamos al Señor, pues hemos llegado a ser uno con él en nuestro espíritu. Si aprendemos a volvernos a nuestro espíritu, podemos establecer contacto con la persona de Cristo. Este es el secreto, y esta es la llave. Los incrédulos sólo tienen la vida física en su cuerpo y la vida humana o psicológica en su alma, pero no tienen la vida eterna de Dios en su interior, pues aún no han recibido en su espíritu a Cristo como vida eterna. Por esta razón ellos únicamente pueden vivir en el alma y en el cuerpo. Antes de ser salvos nosotros también vivíamos y andábamos con nuestro ser completamente inmerso en el alma. Pero al obtener la salvación recibimos otra vida dentro de nosotros, la vida de Cristo, y ahora debemos aprender a vivir por esta vida. Lo que necesitamos hoy es dar un giro y movernos en otra dirección, es decir, volvernos de nuestra alma a nuestro espíritu. Antes de ser salvos vivíamos por la vida humana, en el alma, pero ahora que hemos sido salvos, debemos empezar a vivir por la vida divina en nuestro espíritu. Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre a nuestro espíritu. Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si queremos establecer contacto con él, tenemos que volvernos a nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a cualquier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si aprendemos esta lección, veremos un gran cambio en nuestra vida. Cristo es el Espíritu Divino, nosotros tenemos un espíritu humano, y ambos se unen como un solo espíritu. Esto es en verdad maravilloso. Por consiguiente, al volvernos a nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo que Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4, 7-8 el apóstol Pablo nos insta a que nos ejercitemos para la piedad. Algunos hermanos acostumbran hacer ejercicio diariamente para mantener su cuerpo saludable. Esto es recomendable, aun el apóstol Pablo dijo que el ejercicio corporal es provechoso, pero sólo hasta cierto grado. Sin embargo, Pablo describe aquí otra clase de ejercicio, el cual aprovecha para siempre, no sólo para esta vida sino por la eternidad. Por lo tanto, debemos prestar atención a esta clase de ejercicio, a saber, al ejercicio de nuestro espíritu. ¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro espíritu? Consideremos esto primero desde el punto de vista lógico. Pablo aquí está hablando de dos clases de ejercicio, uno es el ejercicio de nuestro cuerpo, ¿y cuál es el otro? ¿Se refiere acaso al ejercicio de nuestra mente, a una gimnasia psicológica que realizamos en nuestra alma? Creo que ya hemos tenido suficiente de esta clase de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la universidad. Desde nuestra niñez aprendimos a ejercitar nuestra mente. Sabemos ejercitar bastante bien esta parte de nuestro ser. Así que, además del ejercicio de nuestro cuerpo y de nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio necesitamos? Debemos responder espontáneamente, el ejercicio de nuestro espíritu. Lo importante como cristianos no es que seamos muy activos, sino que es lo que nos mueve a actuar. Debemos preguntarnos, ¿estoy actuando dirigido por el cuerpo, el alma o el espíritu? Muchos hermanos y hermanas jamás ejercitan su espíritu, sino que sólo usan su mente, su emoción, voluntad o su cuerpo físico. Muchas veces oramos, hablamos, discutimos, leemos la Biblia, razonamos y debatimos, ejercitando principalmente nuestra alma. Incluso podemos citar las Escrituras guiados por el alma. Ya es hora de volvernos a nuestro espíritu. Debemos regresar a él. Por ejemplo, cuando acudimos al Señor en oración o leemos la Palabra de Dios a fin de tener contacto con él, debemos rechazar nuestra vida anímica, nuestros pensamientos, sentimientos y resoluciones, y volvernos a nuestro espíritu donde podemos tener contacto y comunión con el Señor. No podemos acercarnos a Cristo mediante el ejercicio de nuestra alma, pues él está en nuestro espíritu, no en nuestra alma. Sólo cuando usamos nuestro espíritu podemos tener contacto con él. Por supuesto, el Señor no nos pide que renunciemos definitivamente a las facultades propias de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Ciertamente Dios mismo creó nuestra mente, parte emotiva y voluntad a fin de que las usemos para su gloria. Pero el Señor exige que desechemos el aspecto adámico y corrupto de dichas facultades humanas, y que permitamos que la vida de Cristo en nuestro espíritu controle absolutamente nuestro ser. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron dañadas a tal grado que el hombre natural no puede tener contacto ni comunión con Dios. En 1 Corintios 2 y 14 dice, Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios. Esta es la razón por la que necesitamos experimentar el nuevo nacimiento en nuestro espíritu, y en 3, 6-7. Antes de que fuéramos salvos nos encontrábamos totalmente caídos. Vivíamos y nos movíamos por la vida anímica caída, la cual se oponía por completo a Dios. No debemos permitir que esta vida caída nos controle, sino que debemos vivir dirigidos absolutamente por la vida divina que está en nuestro espíritu. A partir del momento en que somos salvos, ya no debemos depender más de nuestra vida anímica caída, sino de la vida divina en nuestro espíritu, la cual debe ser la única fuente de nuestro diario vivir. Por lo tanto, no es nuestra mente, emoción y voluntad lo que debemos rechazar y anular, sino más bien, debemos negar la vida del alma. Debemos entender que esta vida natural y anímica ya fue puesta en la cruz, gadosi 20, ros 6, 6, y que ahora debemos tomar a Cristo como nuestra vida. No obstante, las facultades de nuestra alma seguirán siendo el instrumento que el Espíritu usa para expresar al Señor. También debemos entender claramente que debemos ejercitar nuestro espíritu en todo aspecto de nuestro diario vivir, y no sólo cuando oramos o leemos la Palabra de Dios. Si usted no tiene la confirmación y el sentir de paz en su espíritu, entonces debe detenerse en eso que está por hacer o decir, sin ponerse a razonar si es bueno o malo. En lugar de preguntarse si lo que va a hacer es bueno o malo, debe considerar si usted está en el espíritu o en el alma. Debe preguntarse, ¿estoy haciendo esto dirigido por mí mismo o por el Señor? ¿Cuándo usamos la expresión por el Señor no nos referimos al Señor de una manera objetiva, sino subjetiva, pues Él es el Espíritu vivificante mezclado con nuestro espíritu? De manera que, debemos ejercitar nuestro espíritu en todo lugar y en todo momento. Es fácil distinguir la diferencia entre el cuerpo y el alma, pero no es tan sencillo ver la diferencia entre el alma y el espíritu. Creo que nos ayudaría mucho considerar el siguiente ejemplo. Supongamos que uno ve algo que quiere comprar. Cuanto más examina el artículo, más siente deseos de obtenerlo. Finalmente, se decide y lo compra. Su parte emotiva ha sido ejercitada puesto que le gusta lo que ha comprado. Por otra parte, también ha ejercitado su mente al examinar el producto, y finalmente ha ejercitado su voluntad al adquirirlo. Por lo tanto, toda su alma se ha ejercitado. Sin embargo, cuando va a comprarlo, algo en lo más profundo de su ser protesta y se lo prohíbe. Este es el espíritu. El espíritu es la parte más profunda del hombre. En todos los aspectos de nuestro vivir debemos seguir dicho sentir interior. No es verdad que la mayoría de los cristianos nos olvidamos de este indicador. Siempre estamos razonando en lo que está bien y lo que está mal. Pensamos que si algo está mal, no debemos hacerlo, y si algo está bien, entonces debemos hacerlo. Este no es el camino que debemos seguir. El bien y el mal forman parte de la enseñanza de la religión, y si nos conducimos de acuerdo con la religión, entonces Cristo no tiene ningún valor. Experimentar a Cristo y disfrutar la salvación que Dios ha efectuado, es algo completamente distinto de la religión, no es cuestión de hacer el bien o el mal, sino de vivir en el alma o en el espíritu. El cristianismo entero ha descuidado este indicador. Pero el Señor quiere recobrarlo hoy, pues esta es la llave, la clave o secreto del vivir del creyente. Por consiguiente, en todo lo que hagamos o digamos tenemos que discernir si estamos en el espíritu o en el alma. No es un asunto de que algo sea correcto o incorrecto, bueno o malo, sino de que provenga de Cristo o del yo, del espíritu o del alma. Debemos discernir si toda nuestra vida y diario andar se conduce o no en nuestro espíritu. En los cuatro Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el Señor Jesús repetidas veces nos dice que debemos negar nuestro yo y perder la vida del alma, esto es, la vida anímica, Mateo 16, 24-26, Marco 8 y 35, Lucas 9, 23-25, Juan 12, 25. Luego, en las epístolas de nuevo nos dice que andemos, oremos y hagamos todas las cosas en el espíritu, HCH 5 y 16, RO 1, 9, Romanos 1, 1 CO 4 y 18, 1 P3, 4, F6 y 18, AP 1 y 10. Por lo tanto debemos permanecer siempre en nuestro espíritu. Cuando una persona ejercita su espíritu, el espíritu de Dios puede moverse y fluir libremente en él. Pero esto constituye una verdadera batalla, ya que Satanás sabe que si todos los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será derrotado. Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el espíritu de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, no podremos avanzar. Así que, tenemos que pelear esta batalla. Es preciso que aprendamos a ejercitar y liberar nuestro espíritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o en público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu en conclusión, debemos estar conscientes de que Cristo es el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Además, debemos conocer la diferencia entre el espíritu y el alma, al punto que neguemos nuestro yo anímico y sigamos al Señor en nuestro espíritu. Cuando cooperamos con nuestro espíritu de esta manera, Cristo ocupará el primer lugar en nuestra vida. De esta forma, experimentaremos a Cristo en nuestro espíritu y aprenderemos a aplicarlo en todo nuestro vivir. Dos siervos del Señor. Agradecemos al Señor que el ministerio que Watchman Nee y su colaborador Whitney Slayer rindieron al cuerpo de Cristo ha sido de bendición por más de ochenta años para los hijos del Señor en todos los continentes de la Tierra. Sus escritos han sido traducidos a muchos idiomas. Y, puesto que nuestros lectores nos han hecho muchas preguntas con respecto a Watchman Nee y Whitney Slayer, a manera de respuesta hemos querido presentarles esta breve reseña biográfica sobre la vida y la obra de estos dos hermanos. Watchman Nee recibió a Cristo a los diecisiete años de edad. Su ministerio es muy conocido entre los creyentes de todo el mundo que buscan más del Señor. Sus escritos han sido de gran ayuda para muchos de ellos, especialmente en lo concerniente a la vida espiritual y a la relación que existe entre Cristo y sus creyentes. No obstante, no muchos conocen otro aspecto de igual importancia en su ministerio, en el cual se enfatiza la práctica de la vida de iglesia y la edificación del cuerpo de Cristo. De hecho, el hermano Nee es autor de muchos libros, tanto acerca de la vida cristiana como acerca de la vida de iglesia. Hasta el final de sus días, Watchman Nee fue hundrón dado por el Señor para mostrarnos la revelación hallada en la Palabra de Dios. Después de padecer sufrimientos durante veinte años en una prisión en China, a la que estuvo confinado a causa de su fe en el Señor, nuestro hermano murió en 1972 como un fiel testigo de Jesucristo. Whitney Slayer fue el colaborador más cercano que tuvo Watchman Nee y el que le mereció mayor confianza. En 1925, a los diecinueve años de edad, Whitney Slayer experimentó una dinámica regeneración espiritual y se consagró al Dios vivo a fin de servirle. A partir de entonces, se dedicó a estudiar la Biblia intensivamente. En los primeros siete años de su vida cristiana fue grandemente influenciado por la Asamblea de los Hermanos de Plymouth. Después, conoció a Watchman Nee y durante los siguientes diecisiete años, hasta 1949, fue colaborador del hermano Nee en China. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón invadió a China, Whitney Slayer fue encarcelado por los japoneses y sufrió por causa de su fiel servicio al Señor. El ministerio y la obra de estos dos siervos del Señor trajo un gran avivamiento entre los cristianos de China, resultando en la propagación del Evangelio por todo el país, así como en la edificación de cientos de iglesias. En 1949 Watchman Nee congregó a todos los colaboradores que servían con él y en tal ocasión, encargó a Whitney Slayer la continuación del ministerio más allá de las fronteras de China continental, en la isla de Taiwán. En los años que siguieron, la bendición de Dios sobre la obra en Taiwán y el sudeste de Asia hizo que se establecieran más de cien iglesias en esa región. A comienzos de 1960, Whitney Slayer fue dirigido por el Señor a radicarse en los Estados Unidos, donde ministró y laboró para el beneficio de los hijos del Señor durante más de treinta y cinco años. Vivió en la ciudad de Anaheim, en California, desde 1974 hasta que partió para estar con el Señor en junio de 1997. A lo largo de sus años de servicio en los Estados Unidos, el hermano Lee escribió más de trescientos libros. El ministerio de Whitney's Lee es particularmente beneficioso para aquellos cristianos que buscan más del Señor y anhelan conocer y experimentar más profundamente las inescrutables riquezas de Cristo. Al darnos acceso a la revelación divina contenida en las Escrituras, el ministerio del hermano Lee nos revela la manera de conocer a Cristo con miras a la edificación de la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Todos los creyentes deben participar en el ministerio de edificar el cuerpo de Cristo, a fin de que el cuerpo se edifique a sí mismo en amos. Sólo si se lleva a cabo dicha edificación se podrá cumplir el propósito del Señor, y así podremos satisfacer el anhelo de su corazón. Dos siervos del Señor. La característica principal del ministerio de ambos hermanos yace en que ellos enseñaron la verdad basados en la Palabra pura de la Biblia. A continuación, detallamos brevemente las principales creencias que profesaron Watchman Nee y Witness Lee. 1 La Santa Biblia es la revelación divina, completa e infalible, dada por el aliento de Dios y cuyas palabras fueron inspiradas por el Espíritu Santo. 2 Hay un único Dios, a saber, el Dios Triuno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo coexisten simultáneamente y moran el uno en el otro desde la eternidad hasta la eternidad. 3 El Hijo de Dios, quien es Dios mismo, a fin de ser nuestro Redentor y Salvador, se encarnó al hacerse un hombre llamado Jesús, el cual nació de la Virgen María. 4 Jesús, quien es un auténtico ser humano, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio con el fin de dar a conocer a Dios el Padre a los hombres. 5 Jesús, el Cristo ungido por Dios con su Espíritu Santo, murió en la cruz por nuestros pecados y derramó su sangre para efectuar nuestra redención. 6 Jesucristo, después de permanecer tres días en el sepulcro, fue levantado de entre los muertos y cuarenta días después se le ascendió al cielo, donde Dios le hizo Señor de todos. 7 Cristo, después de su ascensión, derramó el Espíritu de Dios sobre sus escogidos, sus miembros, bautizándolos en un solo cuerpo. Dicho Espíritu se mueve en la tierra hoy con el propósito de convencer a los pecadores de sus pecados, regenerar al pueblo escogido de Dios impartiéndoles la vida divina, morar en los que creen en Cristo para que ellos crezcan en la vida divina y edificar el cuerpo de Cristo, con miras a que Cristo obtenga su plena expresión. 8 Cristo, al final de la era presente, regresará para arrebatar a sus creyentes, juzgar al mundo, tomar posesión de la tierra y establecer su reino eterno. 9 Los santos vencedores reinarán con Cristo durante el reino milenario, y todos los que creen en Cristo participarán de las bendiciones divinas en la Nueva Jerusalén, en el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva por toda la eternidad. POLÍTICA DE DISTRIBUCIÓN Living Stream Ministries se complace en hacer disponibles gratuitamente las versiones electrónicas de estos siete libros. Esperamos que muchos lean estos libros en su totalidad y se sientan en libertad de referírselos a otros. 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