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Un espacio de pastillitas literarias latinoamericanas.
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Un espacio de pastillitas literarias latinoamericanas.
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Un espacio de pastillitas literarias latinoamericanas.
This is a podcast episode called "Pastillitas Literarias de Rablomante" where the host talks about Latin American culture and shares short literary fragments. The story discussed is called "Un fin de semana" by Héctor Jiménez. It explores the pressure to conform to societal standards of beauty and the impact it can have on self-esteem. The protagonist, Griselda, struggles with her weight and falls in love with a boy named Martín. However, due to her insecurities, she misunderstands his feelings for her. Griselda indulges in food and suffers a crisis that leads to her death. The story highlights the oppressive influence of societal beauty standards and encourages self-acceptance. Buenos días, buenas tardes y buenas noches, cuando sea que escuches este podcast, bienvenidos y bienvenidas a Pastillitas Literarias de Rablomante, un espacio donde la cultura latinoamericana es respetada y recordada y recogida con pequeñas pastillitas literarias, pequeños fragmentos que tienen un mensaje o una forma de recordar de donde venimos y lo que nos importa, un nuevo capítulo. Hoy vamos con un cuento de Héctor Jiménez, mi padre, escrito allá por el 1998, mira se ha corrido agua, sin embargo tiene algo muy actual que es la dictadura de la estética y cómo nos relacionamos y que hoy está muy crudo en un mundo donde hay que ser casi perfecto. El cuento se llama Un fin de semana y espero que les guste, si te querés morir seguí comiendo como hasta ahora, el doctor Cataldi fue duro, durísimo, en los años que lo conoce nunca lo había visto tan enojado, no cumpliste los 33 y tenés 300 de glucemia, se puede saber qué tengo que hacer para que me des bola, qué tengo que hacer para asustarte, Griselda le puso su mejor sonrisa y trató de ser solemne, te juro doctor que voy a hacer el régimen, eso ya lo dijiste varias veces, pero estás en 85 kilos, tenés que bajar 30, haz este régimen, le ordenó garabateando en una hoja mimeografiada y volvé solo cuando logres bajar 5 kilos, la severidad del viejo doctor no logró empañar el tosudo buen humor de Griselda, que por añadidura estaba enamorada, salió del consultorio con la hoja en la mano y una sonrisa como de sorpresa en los labios, Griselda es hermosa, de grandes ojos negros embellecidos por unas enormes pestañas, boca grande y atractiva y una nariz algo grande y perfecta, su cuerpo es grande y bien formado, claro que es gordita, pero muchos hombres se dan vuelta a mirarla, lástima esa diabetes maligna, llevan dos meses preparando una materia pesada con Laura, su compañera de siempre y Martín, un chico que además de cursar junto a ellas, resultó ser vecino del edificio, estudian horas en la casa de alguno y luego salen a caminar por corrientes, revolver librerías o tomar un café, ella adora a ese chico flaquito y alto, de grandes ojos verdes y mirada dulce, la chica observó pequeños indicios cuando ríen de algo, él la toca con delicadeza en un brazo, si caminan las dos chicas se cuelgan de los nervudos brazos del muchacho, mil señales le indican que Martín también la ama, el hecho es que como andan siempre de a tres, él nunca le puede hablar, una noche Griselda resolvió tomar la iniciativa, al despedirse de Laura lo invitó a tomar un café, sin preámbulos, le tomó la mano, lo miró a los ojos y le confesó su amor, su amor eterno, su deseo de unirse a él para siempre, su cariño incondicional, ocultó su sorpresa y se le escapó una risita estúpida, ¿cómo me decís? No, claro, es que yo te quiero mucho gorda, pero ¿sabes qué? Creo que no entendiste mi... No gorda, yo no... Griselda no abandonó su dulce sonrisa, le palmió la mano y le dijo, no te preocupes Martín, la que se equivocó fui yo, no gorda, no me entendés, está bien, está bien, dijo ella mientras llamaba al camarero, le dio un beso en la mejilla y salió, vagó sin rumbo por las calles que amaba, la media tarde caía dulcemente sobre Buenos Aires, hizo compras, entró a varias tiendas y cargadas de bolsas se encerró su apartamento, la noche del viernes envolvió a los solitarios, Griselda delicadamente organizó los paquetes, guardó algunos en la nevera y dejó sobre la mesa una botella de gaseosa grande y una bondeja de sándwiches de miga, puso una película en la video y se sentó en un sillón, comió lentamente con fruición, le encantaban los sándwiches de jamón con mayonesa y tomate, mientras miraba una película romántica terminó con la gaseosa y con la bandeja, lloró un rato y se quedó adormilada en el sofá, cuando despertó la película había terminado, se levantó y trajo un paquete de dulces cubiertos con chocolate y rellenos de crema pastelera, una nueva película en la reproductora terminó con los 12 postres del paquete, la luz de la mañana le hizo volver en sí, se levantó, prendió el horno donde calentó un par de pizzas y media docena de empanadas de carne, calentó un gran jarro de café con leche y despacio dio cuenta de la nueva provisión, mientras encendió la radio con música del caribe, el padre la llamó varias veces pero cortaba de inmediato cuando escuchaba la odiosa máquina de aislarse como llamaba despectivamente al contestado grau automático, Bricelda desenvolvió una torta de chocolate y dulce de leche y esta vez decidió regalarse con champán, el domingo por la tarde un impulso secreto empujó a su padre hasta el apartamento, encontró a su hija inconsciente rodeada de bandejas de cartón y botellas de gaseosa vacías, junto al doctor Gattaldi la llevaron de urgencia a la clínica pero todos los esfuerzos por sacarla de la crisis resultaron infructuosos, Bricelda murió el lunes por la mañana la dictadura era estética que nos obliga a ser perfectos, hermosos, los hombres podemos ser un poquito gorditos, las mujeres no, los hombres podemos envejecer, las mujeres no, los hombres podemos tener canas, es sexy, las mujeres no, esa dictadura patriarcal de la estética condena a mucha gente a una baja autoestima, aprendamos a querernos, aceptarnos como somos y alguien nos mirará con otros ojos, con una mirada donde seamos aceptados como somos y ese encuentro será el que nos dé la posibilidad de encontrarnos y ocupar un espacio en este mundo sin que nadie nos señale y sin que nadie nos obligue a ser de determinada manera, un cuento de mi viejo Héctor Jiménez del año 98, espero les haya gustado, buscaremos otros para nuevas oportunidades, muchas gracias.