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Las miradas se dirigieron todas hacia los cielos. La voz retumbó por todas partes, y quienes se encontraban al interior de sus casas, en las oficinas públicas, y hasta en las mismas fábricas, detuvieron sus labores para salir afuera y dirigir sus miradas hacia lo alto, pues así lo había solicitado la voz. Como algo extraído de los tiempos bíblicos, la voz dio instrucciones muy claras y precisas. El día martes sería feriado, y ese día el transporte público dejó de funcionar, y como si se tratara de una orden del mismísimo Dios, el temor cumplió por dos días. Ese primer feriado sorprendió a todos. Todas las gentes debieron caminar hasta sus trabajos, y los horarios debieron ser modificados. No faltó el dueño de la empresa, y los jefes de oficinas exigieron a sus empleados llegar dos horas antes para compensar la demora. Los científicos de todo el mundo se empeñaron en observar los cielos para averiguar la procedencia de la voz, y por más que se esforzaron, nada obtuvieron, absolutamente nada. Su procedencia era completamente desconocida. En un comienzo, todos pensaron que se trataba de las potencias mundiales. Siempre hemos sabido que se afanan por transformarse en amos y señores de todo el planeta. Sin embargo, sin saberlo ellos mismos, alguien más comenzaba a darse esos atributos de amo y de señor de toda la humanidad, y no había forma de saber de quiénes se trataba. Los noticieros de todo el mundo difundían muy variadas opiniones. Unos acusaban a los chinos, otros a los rusos. La mayoría del mundo opinaba que los Estados Unidos de América estaba detrás de todo esto y, como siempre, a través de algún evento de falsa bandera se anunciaría al mundo el verdadero origen de todo esto. La voz era parecida a la de los locutores de radios FM, y cuando la escuché por primera vez recordé esas películas sobre Moisés y la salsa ardiente. ¡Qué fabulosa voz! Cuando nos dijo desde lo alto que el día martes debía ser consagrado a su presencia, todo tipo de especulaciones se volvieron virales a través de las redes sociales. Los más conspirativos especularon sobre los anglax y su regreso. Los más optimistas aseguraron que se trataba de una muestra tecnológica superavanzada que pondría fin a las guerras y a las hambrunas. Es increíble que la incertidumbre de los venideros y toda suerte de especulaciones perfila el destino mismo de los eventos que están pronto a suceder. La voz siguió dándonos instrucciones tan absurdas como, por ejemplo, establecer un horario para que la escucháramos ininterrumpidamente durante todo el día. Eso era absurdo, y me recordó la manía de los dictadores contemporáneos que no cosechan ninguna oportunidad para poder hablarles a sus incondicionales y convencerlos más aún de lo correcto que hacen para el pueblo, para el país, para la nación y, por supuesto, como ahora, para bien de toda la humanidad. La voz ordenaba y las autoridades locales y mundiales obedecían. Desde las órbitas superior, los satélites escurreñaban todos los rincones del planeta sin encontrar cosa extraña alguna. Ningún atismo de tecnologías extraterrestres y, sin duda alguna, todo esto era obra de nosotros mismos. Un día, ya acostumbrados a las peroratas interminables de la voz, decidimos darle más uso a nuestros audífonos. Así, escuchando nuestras músicas favoritas a todo volumen, era posible evadir ese timbre meloso e hipnotizador que a muchos nos tenía aburridos. Fuimos muchos quienes, poco a poco, le dimos un buen uso a nuestros audífonos. Así, de vez en cuando, podíamos descansar de ella y evadirla. A medida que el tiempo transcurrió día tras día, un temor cada vez más consciente e inevitable se apoderó de todos. La posibilidad de perder nuestros tiempos de ocio parecía pesarnos más que otras posibles pérdidas, como la libertad y la privacidad. La voz era audible por todas partes, y no había forma de no prestar atención a todas sus órdenes y mensajes. Hubo un momento que la televisión se transformó en su juguete de predilecto, y no perdió ocasión de crear documentales y programas especiales sobre ella misma. Un día, propuso organizar un concurso a nivel mundial para crear una imagen de ella misma. ¿Y qué mejor que motivar a los más pequeños para que la imaginaran y su corporalidad más plena? Y una tarde, con estupor, pudimos ver a través de la TV cómo los niños de todo el mundo habían realizado dibujos imaginando la apariencia física de la voz, y sin ningún tipo de acudor se sumaban otros dibujos en otros tantos, de otros tantos no tan niños. Fue así que, después de un tiempo en todo el mundo, poco a poco una especie de ansiedad creciente y colectiva comenzó a alimentar la imaginación de todos, de los partidarios como de los detractores de la voz. A tal extremo llegó la obsesión de muchos por querer verla que, una noche, durante un programa de TV, se le informó a la voz que un dibujo había sido el ganador de un concurso realizado entre todos los suscriptores de ese programa, y que su deber ahora era confracer a su audiencia incondicional, y la mejor forma de agradarla era adoptar la forma del dibujo ganador. ¿Podrán ustedes creer semejantes estupideces? Si hace unos días atrás el tema de conversación era lo que la voz ordenaba e imponía sin alterar el orden público, a excepción del ánimo de todos, ahora, como si fuera poco, se añadía lo de la imagen ganadora. Cuando ese tema acaparó todos los celulares de los noticieros, los diarios y las redes sociales, un colapso inminente pareció atercirse desde el mismo momento que se divulgó la noticia. Recuerdo que, al día siguiente, desperté sobresaltado a causa de un gran ruido subterráneo que arremateó toda mi habitación bruscamente. El movimiento sísmico fue tan violento que todos dábamos por hecho que se trataba de un terremoto. Después, de pasado el susto, salimos fuera de nuestras casas para asesorarnos de que todo estaba bien. En nuestro barrio no hubo destrucción aparente, solo vasos y platos rotos pero lejos y en otros lugares de la ciudad la sorpresa fue mayor. La voz se hizo sentir con tal fuerza minutos previos al terremoto que muchos sintieron que este era producto del enojo en aquel que hablaba. Como yo estaba dormido nada escuché, nada de voces, solo el retumbar subterráneo que se tradujo prontamente en un movimiento telúrico brusco que me hizo saltar de la cama y ponerme aneta. Escuchando las noticias mientras desayunaba supe que la voz nuevamente había dicho de manera muy clara y precisa que no debíamos hacer imágenes de ella ni de donde ella se encontraba ni de otras cosas que se hallaran bajo nuestros pies ni sobre nuestras cabezas. Ese mensaje fue repetido muchas veces a través de la radio y de la TV y cuando quise evadir las pederastas de la voz descubrí que ya no tendría más el control de lo que quería escuchar. Mis audífonos ya no me deleitarían más con mi música, en lugar de ella encontré los mensajes de la voz grabados desde el primer día que se hizo escuchar. ¡Qué terrible! La privacidad había terminado y con ella la libertad de poder escuchar lo que se quería. La tecnología poco a poco parecía servirle más a ella que a nosotros y no sería lo único. Semanas después controlaba los aeropuertos, las estaciones de trenes, el metro, el transporte público y la banca. Así como borró de los celulares todo tipo de música, también nos borró todos los números de teléfonos y direcciones de correo, desactivó todas nuestras cuentas de redes sociales y de un día para otro la voz asumió el control total de todas nuestras actividades. Internet ya no era nuestra, pertenecía a ella y no hubo forma de evitarlo. La TV poco a poco comenzó a ser controlada por sus fanáticos seguidores y lo mismo ocurrió con las radios y la poca prensa escrita que aún existía. Los youtubers críticos a lo que la voz decía y ordenaba lentamente fueron desapareciendo, jamás censurados, si eliminados, sacados del sistema, como nos explicó la voz días después. En los carros del tren subterráneo su voz era inconfundible y nos susurraba a instante todos sus planes y proyectos. Con el paso del tiempo, los altavoces dispuestos para que todos escucháramos sus largos discursos y reflexiones, de pronto, utilizando una tecnología nunca antes vista, fueron cambiándonos por pequeños dispositivos que transmitían en una frecuencia especial, imperceptible para muchos, pero inevitable para todos. Estando conscientes, muy despiertos y atentos a los ruidos y conversaciones ajenas, de pronto, con este nuevo sistema, la voz era audible como un susurro constante y molesto en nuestros oídos. Pórtate bien, no botes basura, no mires a las personas, solo piensa en lo bueno que tú eres y en lo bien que haces tu trabajo, eso es lo que importa, nos decía. Durante los atardeceres, ya estando en nuestras casas, disfrutando una música, una conversación o viendo una película, la voz nos susurraba, ya es hora de acostarse, debes descansar, y a muchos ese control comenzaba a exasperarlos al máximo. Frases de todo tipo comenzaban a darnos la pauta para cada día, para cada hora, para cada mes, y eso comenzaba a calentar los ánimos. Para muchas personas, todo lo que sucedía les pareció bien, era bueno que alguien pensara por nosotros y nos dijera el qué hacer a cada instante, era bueno. Sin embargo, para otros, dentro de los cuales me encontraba yo mismo, todo lo que sucedía comenzaba a transformarse en un tipo de acondicionamiento que se repetiría durante un buen tiempo hasta que el recibir órdenes y el ejecutarlas fueran lo más normal posible y no se cuestionara absolutamente nada de lo que se decía y se hacía. Es increíble que, como siempre ha ocurrido, no faltan quienes en nombre de la voz todopoderosa comenzaron a hacer de las suyas, aprovechando la estupidez colectiva de muchos y el temor y el miedo de otros tantos. Eso siempre ha ocurrido a través de la historia, en todo momento, por todas partes, y esto ya comenzaba a crear acondicionamientos en los más despreocupados y seguidores incondicionales a la voz. Fue así como comenzaron a aparecer escritas, como dogmas, por todas partes, las frases más elocuentes de la voz. En las fábricas, en las oficinas, en las escuelas, en fin, la tan anhelada inteligencia artificial había asumido el control de todo o de casi todo, pero ya faltaba poco para el gran final. Muchos hablaron de inteligencia artificial, pero lo poco y nada que se sabía estaba real, estaba relacionado con androides y teléfonos inteligentes y nada más. El descontrol comenzó a manifestarse de a poco, primero en la creciente intolerancia que se manifestaba hacia quienes apoyaban incondicionalmente a la voz, y también por quienes comenzaban a aplaudir todas las medidas impuestas por ellas. No sé con exactitud en qué momento una luz de cambio pareció alumbrarnos a todos. Una noche, pasada la medianoche, llamaron a mi puerta. Eran dos amigos, y fueron ellos que me despertaron. Carlos y Eli trasnochaban bastante administrando unos blogs antisistemas y un canal de streaming que aún no era censurado. En ese momento los hice pasar y les ofrecí unas latas de cerveza, y mientras me desesperezaba, a esa hora de la noche, me contaron lo que estaba sucediendo en el barrio. De manera muy discreta, durante algunas horas y durante semanas, los partidarios del nuevo orden habían estado instalando cámaras en ciertos puntos estratégicos de toda la vecindad. Los partidarios habían ofrecido los puntos más altos de sus casas para que desde ahí la vigilancia fuera más efectiva, y durante las últimas noches habían marcado las casas donde habitaban quienes eran contrarios al nuevo orden, y también a los indecisos, es decir, mi propia casa. Mis amigos hablaban de hechos históricos acontecidos durante el siglo pasado, y que lo mismo podría suceder ahora, y no tan solo aquí, en el barrio, también a nivel nacional y mundial. Eventos que de sorpresa sorprendieron a los más ingenuos y terminaron encarcelados, deportados y hasta desaparecidos, pues así sucede cuando una voz pretende imponerse en el mundo, en el país o en tu barrio. ¿Qué nos depara el futuro? Un día la voz dejó de ser escuchada. Nada nuevo se escuchó desde lo alto. Las horas pasaron muy rápidamente. Los seguidores incondicionales se recogieron muy temprano hacia sus casas. Como sabiendo algo que estaba pronto a suceder, mis dos amigos desaparecieron. Por más que los llamé por celular, no respondieron. Y a las 12 de la noche en punto empezó todo. Desde lejos, los ruidos nos hicieron tomar conciencia de todo lo que había sucedido. Los partidarios de la voz se encontraban en sus casas, y a esa hora, como si todos se hubieran puesto de acuerdo, apagaron sus luces. Nosotros, todos, en las calles, estuvimos atentos a lo que venía. Un rumor lejano nos puso a todos la piel de gallina y luego nada. Silencio absoluto.