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4C EL TRAJE DEL EMPERADOR

4C EL TRAJE DEL EMPERADOR

00:00-08:53

¡Bienvenidos al podcast "Cuentos de Cuarto" en la radio escolar del CEIP Las Gaunas, ¡Onda Pasarela! Hoy, los alumnos de cuarto de primaria te traen una versión especial del clásico cuento "El Traje del Emperador". Prepárate para sumergirte en un mundo de aventuras, emociones y valentía mientras te contamos la fascinante historia de este pequeño héroe de plomo. ¡Sintoniza con nosotros y deja que la magia de la radio te transporte a un universo lleno de imaginación y diversión!

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The emperor in a joyful and prosperous city becomes obsessed with new clothes. Two swindlers pretend to be talented weavers and convince the emperor that their fabric is invisible to anyone who is unintelligent or unfit for their position. The emperor and his ministers pretend to see the fabric, fearing they will be seen as foolish if they admit they cannot. The emperor parades through the city naked until a child points out the truth, causing the crowd to realize the emperor is naked. Despite this, the emperor continues to walk with confidence. Buenos días y bienvenidos al programa de hoy de Casarela. Somos los alunos de Cuarto C y hoy vamos a leer el mensaje nuevo del emperador. Hace muchos años, había un emperador tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todo su dinero en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba ni por sus ciudadanos ni por el creador. No le gustaba leer, ni tampoco le gustaba escuchar música, ni le gustaba salir de paseo, a menos de que fuera para vestir sus trajes nuevos. Tenía un traje distinto para cada hora de vida. La ciudad en que vivía el emperador era muy alegre y bautizosa. Todos los días llegaban a la isla muchísimos extranjeros y una vez se presentaron unos partontes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las telas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser visibles a toda persona que lo fuera lista e inteligente. —¡Deben de ser telas magníficas! pensó el emperador. Si las tuviese, podría averiguar qué trabajadores del reino están en estos. Para el cargo que ocupan, podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. ¡Nada, que se pongan a tejer las telas entre ellos! Y mandó a pagar a los dos costureros un buen adelanto, para que pusieran manos a la obra cuanto antes. Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban, pero no tenía nada en la máquina. A pesar de ello, hacían como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche. —Me gustaría saber qué avanzó con la tela, pensó un día el emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto preocupado. Si él no era capaz de ver la tela, significaría que era tonto. Por si acaso, prefería enviar primero a otra persona. —Enviaré a la ministra a que visite a los tejedores, pensó el emperador. Es una mujer honrada e inteligente, y la más indicada para juzgar las cualidades de la tela, pues tiene talento y no hay quien haga su trabajo como ella. La vieja ministra se presentó, pues, en el taller de cocina, para ver cómo iba la creación de la tela del emperador. —¡Madre mía! pensó la ministra para si estaba adentro, abriendo unos ojos como naranjas. —¡Pero si no veo nada! Los dos tejedores le pidieron que se acercase, y le preguntaron si no eran magníficos el color y el dibujo entre los que señalaban el solar vacío, y la pobre ministra se ría con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. —¡Ay, ay, ay! pensó. —¿Seré tonta acaso? Jamás lo hubiera creído. —¡Nadie tiene que saberlo! —No, no puedo decir que no puedo ver la tela. Así que se envió a ver la tela y dijo. —¡Oh, qué precioso, maravilloso! ¡Qué dibujos, qué colores! Ahora mismo le diré al emperador que me ha gustado extraordinariamente. —¡Nos da una buena alegría! respondieron los dos tejedores, pidiendo entonces más negrosedad y oro, ya que necesitaban para seguir tejiendo, y continuaron como antes trabajando en las máquinas vacías. Todos los habitantes de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto que el emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Servido de una multitud de personajes escogidos, se encaminó al taller donde continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilos. —¿Verdad que es admirable? preguntaron los tejedores. —¡Fíjense vuestra majestad en estos colores y dibujos! Y señalaban el telar vacío creyendo que los demás veían la tela. —¡Cómo! pensó el emperador. —¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? —¡Oh, sí! ¡Es muy bonita! ¡Me gusta! ¡La apruebo! Yo con un gesto de agrado miraba la tela. El telar vacío no quería conquejar que no veía nada. Todos los acompañantes del emperador miraban y treminaban, pero ninguno sacaba nada en papel hélico. No obstante, todos reclamaron. —¡Oh, qué bonito! Y le aconsejaron que estrenes el traje confeccionado con aquella tela en el desfile que debería librarse próximamente. Durante toda la noche que pareció al día de la fiesta, los dos costureros estuvieron levantados con tetuches y lámparas encendidas para que la gente viese que trabajaban. Simularon quitar la tela entre las cortadas con grandes césaras y coserla con agujas y hilos. Finalmente dijeron... —¡Por fin el traje está listo! Llegó el día del desfile y los costureros llegaron al palacio levantando los brazos como si se estuviesen algo y dijeron... —¡Estos son los pantalones! —¡Ahí está la casaca! —¡Las prendas son ligeras como si fueran de telaraña! —¡Uno creería que no llevar nada sobre el cuerpo! —¡Más precisamente, esto es lo bueno de la tela! —¡Sí! Así dijeron todos los cortesanos a pesar de que no veían nada, pues nada vio. —¿Quiere dignarse vuestra majestad a quitarse el traje que lleva? —Para que podamos vestirle el robo delante del espejo. El emperador se quitó sus prendas y los dos simularon ponerle las diversas piezas del traje nuevo. —¡Oh, qué bien le sienta! ¡Le va estupendamente! —exclamaban todos. —¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso! —¡Muy bien, estoy a punto! Dijo el emperador. —¿Verdad que me siento bien? Y se volvió una vez más de cara al espejo para que todos creyeran que veía la tela. Y de este modo echó a andar el emperador mientras lo sentía desde la calle y las ventanas decía. —¡Qué preciosos son los trajes nuevos del emperador! ¡Qué magnífica tela! ¡Qué hermoso es todo! Nadie permitía que los demás se hiciesen cuenta de que no llevaban nada. Para no ser perdido por ningún traje, el monarca había tenido tanto éxito como antes. De pronto una niña chocó la mano señalando al emperador. —¡Pero si no lleva nada! —¡Cielos, pero si es verdad! Dijo su madre. Y todo el mundo se fue repitiendo al oído que acababa de decir la pequeña. —¡No lleva nada! ¡Es una chiquilla la que dice que no lleva nada! Hasta que el pueblo se lo gritó. —¡El emperador no lleva nada! Aquello inquietó al emperador, pues temía que el pueblo tenía razón. Pero decidió aguantar hasta el final del destino. Y siguió con la cabeza más alta que antes, aunque fuese sin ropa alguna. Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org

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