Details
Nothing to say, yet
Big christmas sale
Premium Access 35% OFF
Details
Nothing to say, yet
Comment
Nothing to say, yet
During that time, work seemed like a distraction, something we had to do before we could be together again. Brock and I spent our free time talking and going for walks in Hyde Park. We discussed music and had debates about Stevie Wonder and Marvin Gaye. I was enamored by his voice and the way he looked at me when I told funny stories. We discovered our differences in taste in food, sports, and movies. I introduced him to my family, but they were skeptical. They knew I was focused on my own life and didn't want to get too attached. My father found Barack likable but didn't have high hopes. Durante esa época, el trabajo parecía una distracción, algo que teníamos que hacer antes de poder lanzarnos de nuevo el uno en brazos del otro. Lejos de la oficina, Brock y yo hablábamos sin descanso mientras dábamos agradables paseos por Hyde Park vestidos con pantalón corto y camiseta y durante comidas que se nos hacían cortas, pero que en realidad duraban horas. Debatíamos las virtudes de cada uno de los discos de Stevie Wonder para continuación hacer lo propio con todos los de Marvin Gaye. Estaba embelezada. Me encantaba el lento deje de su voz y la manera en que su mirada se enternecía cuando yo contaba una historia graciosa. Yo empezaba a apreciar su deambular de un lugar a otro sin preocuparse nunca por el tiempo. Cada día traía consigo pequeños descubrimientos. Yo era seguidora de los Cubs mientras que él le gustaban los White Sox. Me encantaban los macarrones con queso. Él no los soportaba. Le gustaban las películas oscuras y dramáticas mientras que lo mío eran las comedias románticas. Él era zurdo y tenía una letra inmaculada. Yo escribía unos garabatos indescifrables con la mano derecha. En el mes anterior a que Barack volviese a Cambridge, nos contamos lo que parecieron ser todos y cada uno de nuestros recuerdos y pensamientos dispersos desde nuestros locuros de infancia hasta nuestras humillaciones de adolescencia, así como los truncados primeros romances que habían recibido a nuestro encuentro. Barack tenía especial interés por cómo mis padres me habían criado. La monotonía, año tras año, década tras década de la vida en Euclid Avenue, durante la que Craig, mi madre, mi padre y yo formamos las cuatro esquinas de un robusto cuadrado. Durante los años en que fue organizador comunitario, Barack había pasado mucho tiempo en Inglesias, lo que hacía que aprecié hasta la religión establecida, si bien se mantuvo menos tradicional. El matrimonio, me dijo muy pronto, le parecía una convención sobrevalorada y innecesaria. No recuerdo haber presentado a Barack a mi familia ese verano, pero Craig dice que sí lo hice. Según él, los dos aparecimos una noche en la casa de Euclid Avenue. Craig había ido de visita y estaba sentado en el porche delantero con mis padres. Barack, afirma Craig, se mostró amable y confiado y les dio conversación durante un par de minutos hasta que ambos subimos a mi apartamento a buscar algo. A mi padre le gustó Barack desde el principio, pero no le daba muchas posibilidades. No en vano había visto cómo me deshacía de mi novio del instituto, David, a las puertas de Princeton, y cómo dejaba a Kevin, el jugador universitario de fútbol americano, en cuanto lo vi de estilo con su detrás de mascota peluda. Mis padres sabían que no les convenía encariñarse demasiado. Me habían educado para ser capaz de organizarme la vida, y eso era lo que estaba haciendo. Les había dicho muchísimas veces que estaba demasiado concentrada y ocupada para hacer hueco a un hombre en ella. Según Craig, mi padre sacudió la cabeza y se echó a reír mientras Barack y yo nos alejábamos. —Un tipo majo —dijo—, lástima que no vaya a adorar.