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Palabra de vida hoy, jueves segundo del tiempo ordinario, día dieciocho de enero, al pan por la palabra. Del Evangelio según San Marcos. En aquel tiempo Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y los siguió una gran muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. La primera impresión sobre las personas que rodeaban a Jesús durante su vida pública es que eran unos interesados, porque acudían a Él por los signos prodigiosos de los que se beneficiaban, porque veían un poder en favor de los más necesitados que les hacía tener esperanza, pero una esperanza sumamente superficial porque sólo buscaban solucionar el problema que les complicaba la vida y no cambiar de vida, a fuerza del poder de esa palabra de quien obraba prodigios para mostrar la autoridad y la fuerza liberadora de dicha palabra suya. Pero tengamos cuidado a la hora de juzgar a los oyentes contemporáneos de Jesús, porque nosotros no somos muy distintos. Acudimos al templo para recibir los sacramentos, pero escuchamos la palabra de Dios con poca atención, incluso llegando a misa a la mitad de las lecturas. Salvo una contada minoría, no aprovechamos los medios que la Iglesia desde nuestras parroquias nos ofrece para conocer y comprender mejor la palabra, para poder meditar y orar con ella con fruto, con esos frutos de renovación de vida y conversión que nos harían mucho más gozosa y plena la celebración de los sacramentos que acudimos a recibir, y también la vida entera, como debe mostrar un cristiano que muestra serlo por la alegría de vivir y por su solicitud y amor fraterno hacia todos. Como los oyentes contemporáneos de Jesús, acudimos a Él para recibir lo que creemos necesitar, sin acercarnos lo suficiente ni escucharle, para poder descubrir lo que de verdad necesitamos, lo que Él nos ofrece y que llenaría nuestra vida dando radical coherencia al crucifijo que podemos llevar sobre el pecho, como una señal de identidad y el logotipo de nuestro estilo de vida. No nos acerquemos al Señor sólo para tocarle o para pedirle, sino también, y ojalá primero, para escucharle nítidamente, por la actitud de amante obediencia de nuestro corazón y el reconocimiento de su señorío palpitando en lo profundo de una conciencia personal que sólo entonces probará la medida y el sabor de la verdadera libertad. Un abrazo fraterno de paz y bien de vuestros hermanos franciscanos a la escucha, siempre a la escucha, de Dios y de cada uno de vosotros.