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The Gospel reading emphasizes the need for Christians to love their enemies and pray for those who persecute them. It calls for Christians to be different from others and be a coherent and militant testimony of the gospel's humanism. Loving our enemies means loving those who don't love us and even hurt us. Jesus' command includes loving those who wish harm upon us without showing remorse. This teaching is not just a suggestion but a mandate for all, as it is crucial to understand that part of our own freedom is choosing how we treat others. When we respond to someone's wrongdoing in a similar manner, we are allowing them to determine our behavior and giving away a part of our freedom. It is not natural to love our enemies, but Jesus calls us to a supernatural life through sanctification and the exaltation of all the goodness within us. To love our enemies, it begins with Jesus Christ and our intimate relationship with Him through prayer and sacraments. We must seek His eyes and unite o Palabra de vida hoy, martes décimo primero del tiempo ordinario, al pan, por la Palabra. Del Evangelio según San Mateo Habéis oído que se dijo, Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo, amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. En este tiempo de conflictos nacionales y contiendas bélicas internacionales, tantas que la humanidad no ha tenido un nivel de vilicismo como el actual desde la Segunda Guerra Mundial, este mensaje evangélico pone de relieve la imperiosa necesidad que tenemos hoy los cristianos de comprender que Dios y la humanidad esperan de nosotros que no seamos como los demás, sino un testimonio coherente y militante de ese humanismo evangélico que pone la paz, no sólo la ausencia de guerra, por encima de los otros bienes, pues sin ella no tenemos bien alguno. El pueblo judío estaba familiarizado con el mandamiento del Antiguo Testamento de amar a tu prójimo, del Libro del Levítico. Para ellos esto significaba amar a los de su trigo, o a lo más, a todos sus hermanos judíos. en su obra de redimir al ser humano y salvarlo de la estrechez de una vida regida simplemente por los sentimientos. En este bloque temático y en todo el sermón de la montaña, el sermón nos muestra el camino para dilatar nuestro corazón según la medida de su sagrado corazón, y aspirar a encarnar sus mismos sentimientos y opciones por el Padre y por todos los que son suyos. Amar a nuestros enemigos significa amar a aquellos que no nos aman e incluso nos hieren. Esto hace referencia a gente tanto de dentro como de fuera de nuestro círculo de familiares y amigos. El mandato de Jesús incluye amar a aquellos que no buscan nuestro bien, es decir, gente que desean que el mal recaiga sobre nosotros procurándolo además, sin mostrar arrepentimiento sino, frecuentemente, un enfermizo placer por ello. A esta enseñanza Jesús le otorga un rango de mandato para todos, no de consejo ni sólo para sus más allegados, porque es vital para comprender que una parte fundamental de la propia libertad es amar por propia opción, decidir en primera persona cómo trato a los demás en lugar de ser ellos, con su forma de tratarnos, los que determinan cómo les tratamos nosotros a ellos. Cuando alguien me hace el mal y de cualquier manera yo respondo de forma semejante, de pensamiento, palabra, obra u omisión, estoy consintiendo que esa persona decida quién soy yo, determinando con su proceder animal mi propio comportamiento. Le estoy entregando al injusto agresor una gran parte de mi libertad y concediéndole poder para cambiar mi proyecto de vida y de formar mi identidad. Ciertamente no es natural amar a los enemigos, pero Jesús no nos llama a una vida natural simplemente, sino a compartir su vida sobrenatural a través de un camino de santificación y sobreexaltación de todo lo bueno que hay en nosotros ya, por la fuerza de la gracia actuando a través de nuestra bien dispuesta libertad enamorada. Así pues, para amar a los enemigos todo comienza en Jesucristo, en la íntima relación con Él, en el tiempo dedicado sólo a Él en oración, con el que nos convertimos en dóciles aprendices de lo que la palabra de Dios nos enseña y la gracia de los sacramentos pone a nuestro alcance. Amar a los enemigos comienza en buscar los ojos de Jesucristo arrojando a sus pies nuestro dolor por la injusticia, uniendo nuestras heridas a las suyas, para que Él una la fuerza de Su amor al nuestro, y nos haga capaces de comenzar a mirar a esos enemigos de otra manera, rezando por ellos, deseándoles el bien y aprendiendo a gestionar nuestras relaciones de un modo que nos exponga en menor grado a ser heridos de nuevo, sin dejar de mantener en bien nuestra opción personal por el amor, la fraternidad, la paz y la justicia. Desde un mensaje tan franciscano como el de hoy, vuestros hermanos menores desde Toledo, os abrazamos con la paz y el bien.