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Eko, a young nymph, was cursed by Zeus' wife Era to only repeat the end of what she heard. Ashamed, she secluded herself in a cave. Narcissus, a beautiful boy, was warned not to see his reflection. Eko fell in love with him but couldn't speak her feelings. Narcissus discovered her and mocked her, causing her death. Nemesis, a Greek goddess, then entered Narcissus' life, leading him to his own demise. Some say he died of thirst, others say he drowned trying to reach his reflection. A flower called Narcissus bloomed where he died, always reflecting in water. ¡Hola a todos! Bienvenidos a ÉRASE UNA VEZ UN MITO. Eko era una joven nympha de los bosques, parlancina y alegre. Con su charra incesante entretenía a Era, esposa de Zeus, y esto era el momento que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones traconyugales. Era furiosa cuando supo esto, condenó a Eko a no poder hablar, sino solamente a repetir el final de la frase que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo. Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la nympha Lydiope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y damaos altos a los que pudiera verse a los ojos. Narciso creció así, hermosísimo, sin ser consciente de ello, y haciendo caso o meso a las muchachas que ansiaban que se fijaran en ellas, tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando en su destino. Siempre parecía estar ensimismado en su propio pensamiento, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumidos en sus poblaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eko moraba. Nuestra nympha le miró embelesada, y quedó prendada en él, pero no reunió el suficiente valor para acercarse. Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día, y la repitió mucho más. Eko la esperaba, y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola, cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eko palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues? ¿Aquí me sigues? Fue lo único que Eko pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz. Narciso siguió hablando, y Eko nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era, acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eko le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa, por su risa helada la descarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eko moría, y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo un voz que da un susurro apenas, un susurro apenas, la última palabra que le había oído. ¡Qué estúpida! ¡Qué estúpida! ¡Qué estúpida! ¡Qué estúpida! Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva. Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis. Y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eko, entró en la vida de Narciso, otro día que había vuelto a salir a pasear, y le encantó, hasta casi hacerle fallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eko, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río, y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente, quedó absolutamente cegado por su propia belleza en el reflejo. Y hay quien cuenta que allí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella, y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor, al que se dio su nombre. El Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos.