Details
Nothing to say, yet
Big christmas sale
Premium Access 35% OFF
Details
Nothing to say, yet
Comment
Nothing to say, yet
Olivo Verde is a community focused on the systematic and respectful study of the Word of God. They base their production on verse-by-verse analysis of the biblical text. The speaker expresses gratitude to the Lord and discusses the concept of justification. They believe that the passage from Paul's letter to the Romans encapsulates the purpose of Jesus' coming to Earth and God's plan for humanity. The speaker emphasizes that justification is not about becoming a better person, but rather about being saved by God. They explain that Jesus' sacrifice on the cross allows believers to have peace with God and access to Him. The speaker also addresses the misconception that God's justice is about avenging personal causes, emphasizing that God's justice is about salvation and not about rewarding or punishing individuals based on their actions. They clarify that God's justice is not dependent on human works, but on the sacrifice of Jesus on the cross. Olivo Verde es una comunidad enfocada en el estudio sistemático y respetuoso de la Palabra de Dios. El contenido de su producción se basa en el trabajo verso a verso del texto bíblico. Yo te doy gracias, gracias Señor, gracias mi Señor Jesús. Gracias, muchas gracias Señor, gracias mi Señor Jesús. Y dice así, leo para ustedes si no tienen Biblia a mano. Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Yo creo hermanos, que ese pasaje que Paula le escribe a la Iglesia de Roma, creo yo, encierra la obra, la misión, el sentido de la venida de Jesús a la tierra y el propósito de Dios para el ser humano. Me parece a mí, creo firmemente, que esa es la condensación, ese es el resumen del porqué Jesús vino a la tierra y cuál era el propósito perfecto de Dios, el plan perfecto de Dios para el ser humano. Habla de justificación. Él dice, es tan increíble, tan amplio, tan profundo, el apóstol Pablo dice, Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios a través de Jesucristo. Vamos a hablar de justificación. Y la pregunta, y yo puse la justificación, ¿la entiendo? ¿Entiendo como debería entender el término? Y lo digo por mí hermano, yo no lo digo por nadie, lo digo por mí. Estoy entendiendo lo que realmente significa. Muchas veces escuchamos, hablamos, leemos con respecto a la justificación y pensamos de una forma muy humana con respecto, muy básica. Pero Dios piensa de otra manera, de una manera completamente diferente. Y entender lo que Dios quiera que yo entienda, va a marcar la diferencia hermano, va a marcar una diferencia crucial entre poder avanzar en este proceso, en este caminar con Dios o quedarme estancada. Yo necesito entender lo que Dios quiere que yo entienda. Entonces surge la primera pregunta que vamos a tratar de ver en esta mañana. Y la primera pregunta es, ¿para qué? ¿Qué sentido? ¿Para qué Dios quiere que yo sea justa, que usted sea justo? ¿Para qué? Ah, entonces podríamos pensar, Dios me hace justo o me hace justa, porque quiere que yo sea mejor, que sea una mejor persona, más honesto, más leal, más equitativo cuando tengo que emitir un juicio y dar mi opinión, menos prejuicioso o prejuiciosa. Es que Dios me hace justa, me hace justo para que yo sea mejor. Porque ser justo significa todo eso que yo acabo de mencionar. Pero no hermano, no hermana, Dios no me hace justa, ni justo, para tener esa norma de conducta, no. Dios me hace justa, me justifica, porque es la única manera en que Él puede salvarme. El ser justo, el que el Señor me haga justa, el que me justifique, me hace ser objeto de salvación. Hay expertos, teólogos que dicen que primero está la justificación, que después está la salvación, que dicen que, otros que dicen que es equitativo, que es lo mismo, que es un sinónimo. Yo no voy a entrar a hablar de eso, no es el punto que quiero tocar en esta mañana. Pero sí le puedo asegurar hermano, que si no nos justifica la obra de Cristo en la cruz del Calvario, ni usted ni yo somos objeto de salvación para Dios. Esa es hermano, esa es la misión, eso es lo que Dios pretende cuando usted y a mí nos hace justos. No es que seamos más buenos, no es que seamos mejores personas, es que Él nos hace justos para poder salvarnos. Cuando Cristo viene y muere en la cruz del Calvario, toma su lugar y toma mi lugar. Él no era pecado, pero dice la Biblia que Él se hace pecado con tal de pagar la deuda que usted y yo teníamos. Y eso permite que Él nos ponga en paz con Dios. Abre un camino, dice el Libro de Hebreos, abre un camino libre y gratuito hasta el lugar santísimo. En el Antiguo Testamento el sacerdote, el sumo sacerdote, entra una vez al año, una única vez al año, a presentar el sacrificio por todo un pueblo. Hoy nosotros, usted y yo, a partir de la justificación, a partir de que Dios nos presenta a través del sacrificio de Jesús, limpios y puros ante Él, tenemos día a día, perpetuamente, segundo a segundo, una entrada libre y gratuita hasta el lugar santísimo. Esa, esa es la obra de la justificación, hermano. Para eso el Señor me hace justa y a usted justo, para poder tener ese acceso. Y es por gracia, es gratuito, no hay que hacer nada. Es la gracia inmerecida, el favor inmerecido de Dios para usted y para mí. Entonces, primer punto, primer pregunta que aclaramos, Dios no me hace justo para que yo sea mejor ni más bueno. Dios me hace justo para poder salvarme y darme vida cuando yo estaba muerta en delitos y pecados y a ponerme en paz con Él. Una pregunta, otra pregunta, ahora. ¿Cómo aplica entonces la justicia de Dios? ¿Cómo aplica entonces? Hace años, unos, no sé, tres tal vez años atrás, me tocó atender, conversar con una persona, una muchacha, una mujer joven. El esposo le había sido infiel, la había engañado y la había abandonado. Y estaba ella sola con sus dos hijos pequeños, pasándola muy mal, sufriendo muchísimo. Y conversamos un largo rato. Ella me hablaba y me decía, estaba muy conflictuada, muy frustrada, muy triste. Y ella me dijo un momento, Giselle, ¿sabe qué es lo que me da más miedo? Digo, ¿qué pasa? Lo que más miedo me da es que a él le vaya bien. Que le vaya bien y que sea muy feliz. Y que yo esté aquí, haciéndole frente a esta responsabilidad aplastante, abrumadora, aquí sola con mis hijos y el pasándola bien y siendo muy feliz. Porque me dice, ¿eso puede pasar? Y yo le dije, sí, claro, claro que puede pasar, es muy probable. Y ella estaba tan frustrada, se sentía tan traicionada. Pero no solo por el marido, porque ella me dijo, eso no es justo. Cuando ella me dice todo, le dice, eso no es justo. Y ella me dijo, yo quiero, anhelo que Dios haga justicia en mi vida. Hermano, y es que muchas veces nosotros vemos, cuando vemos y escuchamos y leemos en la palabra que el Señor hace justicia por nosotros, entonces pensamos que el Señor va a vengar mi causa. Que el Señor va a vengar mi causa, mi dolor, mi traición, mi ofensa, lo malo que me han hecho. Pero el apóstol Pablo enseña en el libro de Romanos que eso no es la justificación ni la justicia de la que Dios viene hablando. Usted y yo creemos muchas veces que se hace justicia en la medida que al que nosotros consideramos ofensor le vaya muy mal y al que nosotros consideramos ofendido le vaya muy bien. Y entonces nosotros decimos, Dios hizo justicia, se hizo justicia. Hermano, pero esa no es la justicia de la que Dios habla. Esa no es la justicia a la que vino el Señor a la tierra. No vino por ese tipo de justicia. Entonces usted me dice, pero es que a Dios no le interesa el dolor. No, si a Él sí le interesa. Es que Dios no ve lo que está pasando. Sí, Él lo ve. Dios quisiera que no fuese así. Pero no es ese tipo de justicia la que Él viene, de la que el libro de Romanos nos habla, de la que Él viene a aplicar. Vaya conmigo, por favor, a Lucas 12, 1. Y vamos a ver. Lo que el Señor enseñándole a la gente dice. Si yo estoy pensando que Dios viene a vengar mi causa, hermano, y que eso es justicia de Dios, estoy equivocando. Estoy errando, estoy entendiendo mal lo que es el término justicia. Y no es que a Dios no le importe. Y no es que a Dios no le interese. Es que para eso no fue que vino el Hijo de Dios a la tierra. Ubíquese en el capítulo 12, en el versículo 13. Leo para usted, dice así. Le dijo a uno de la multitud. Le dijo a uno de la multitud. Jesús está enseñándole a un grupo de gente. Y uno de los que estaban ahí, oyentes, le dice. Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo, hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juezo partidor? No es, hermano, Dios no manda a su Hijo a morir en la cruz para desenredar los enredos nuestros. Dios no manda a su Hijo a morir por usted y por mí en la cruz para hacer ese tipo de justicia. No es ese tipo de justicia de la que está hablando el apóstol Pablo. La justicia de la que está hablando el apóstol Pablo es esa que yo le dije. Muere Jesús y Jesús, a través de su sacrificio, a través de su entrega, nos pone en paz con Dios. Nos justifica, nos pone en una posición de limpio, de aprobado, de perdonado y de salvo. Esa es la justicia que Dios viene a hacer por usted y por mí. No viene a vengar causas. Este hombre es un hombre rico y le dice, Señor, decirle a mi hermano, mi papá dejó una herencia grande. Y él se está cogiendo todo y no quiere compartirlo. Y el Señor le dice, perdón, yo no vine a ser juez de esto. Yo no vine a juzgar este tipo de cosas, yo vine a morir para que el hombre pueda ser salvo. Esa es mi justicia, esa es mi misión, ese es el sentido de mi venida a la tierra. No es de venir a vengar causas de nadie. No es ese el propósito, no es esa la misión. No es esa la misión. ¿Vamos bien, hermanos? ¿Vamos claros? Muy bien. Entonces, viendo lo que no hace, lo que no es justicia de Dios. Porque muchas veces, retomo un momento, muchas veces, hermanos, pensamos y nos sentimos frustrados, confundidos de por qué. Si él ha hecho tan mal, ¿le va bien? ¿Y por qué aquel que ha hecho bien? El salmo habla, o el sanista dice, casi resbalan mis pies cuando veo la prosperidad de aquellos que hacen lo malo. Y nos confunde muchas veces y pensamos, ¿dónde está la justicia de Dios? ¿Qué es lo que está pasando? Hermanos, que la justicia de Dios, vuelvo al punto, no parte, no se basa en la obra buena o mala que usted pueda hacer. Por eso es que el pecador que nosotros consideramos más depravado, más vil, más terrible, es perdonado por Dios y justificado por Dios de la misma manera que el más piadoso en apariencia. Todos, hermanos, el que comete el peor pecado a nuestra vista y el que no hace nada, estamos en igual condición de necesidad de ser justificados, de ser declarados justos por Dios. Todos, todos. Porque la moral, el carácter ético-moral de Dios no queda en entredicho. No queda en entredicho porque no nos justifica a partir de las obras que hagamos o de lo que dejemos de hacer, de lo malo que dejemos de hacer, de lo bueno que hagamos, sino que nos justifica a través del sacrificio en la cruz del Calvario que Jesús hizo. Es tan glorioso, por eso es que el apóstol, por eso yo le digo, ese pasaje de Romanos resume todo. Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio del sacrificio de Jesús. No está en función de lo malo, de lo bueno que yo pueda hacer, no. No está en función de eso, mi justificación. La justificación está hecha a través de la sangre de la cruz de Cristo. Y vamos rápidamente, avanzamos, a analizar dos cosas con respecto a la justificación. Yo conversaba esta semana, hablaba con mi esposo y yo le decía, mira, si yo tuviese que definir, que calificar, no calificar, que definir, el libro de Romanos, yo lo definiría como una palabra, le decía yo. Yo diría, el libro de Romanos es liberador. Es liberador, hermano. ¿Y por qué es liberador? Porque nos habla de justificación. El apóstol le habla a la iglesia de Roma y le habla de salvación, le habla de justificación, le habla de la obra redentora de Cristo. Y hermanos, esa, esa sí, esa sí es una característica, una aplicación que tiene la justificación. La justificación que Dios hace en nuestras vidas nos libera. Y entonces, ah, sí, eso sí, el Señor vino a liberarnos, sí, el Señor vino a liberarnos. Vino a liberarme de esa relación dañina, enfermiza, tóxica, como dicen ahora, que tengo. Vino a liberarme de eso, sí, sí. Vino a liberarme de los vicios. Vino a liberarme de todas esas cosas que me ahogan, que me atrapan, que me obstaculizan. Porque yo voy a la iglesia, yo me congrego, escucho la palabra, y entonces el Señor me va a liberar de todas esas cosas. Y aconsejamos a otro, venga al culto, venga a la iglesia, el Señor lo va a liberar. Hermano, pero déjeme decirle que el Señor no vino a liberarnos de eso. Y usted me dice, ¿cómo, pero cómo que no? Si el Señor vino a hacernos libres. Y dijo, y conocerán la verdad y la verdad los va a hacer libres. Sí, hermanos, pero no es venir y cantar, hermano. No es venir cada ocho días y congregarnos y escuchar algunas cosas, no. Conocerán la verdad, es esta verdad, hermanos, que el Señor vino y murió por usted y por mí. Y que nos justificó y quitó todo el pecado que se interponía entre Dios y nosotros. Entonces usted me dice, ¿es que al Señor no le interesa? Claro que sí le interesa, si usted deja todas esas cosas que obstaculizan su vida, que decrecen, que lo hacen decrecer. Pero hermano, el Señor no vino a liberarnos de eso. Así como no vino a ser juez sobre los enredos nuestros. Así como no vino a repartir justicia de la que antes veíamos en el libro de Lucas. No vino, hermanos, a liberarnos de eso. Y no es que no le importe, y no es que no quiera que suceda. Es que, hermanos, Él vino a liberarnos. Entonces, ¿de qué me libera el Señor? Hermanos, nos libera del peso de las obras de la ley. De eso el Señor me libera. A eso vino el Señor, dice. Él vino y crucificó, dice, la ley en la cruz. La clavó, dice. Él vino a liberarme, hermanos, del peso de la ley. En la ley era una cantidad, hermanos, de requisitos. Constantemente se ofrecían sacrificios, se ofrecían ofrendas. Se hacían constantemente cosas buscando el favor de Dios. Y el Señor, dice, viene, muere en la cruz del Calvario y dice, yo los libero de eso. No tienen nunca más que hacer eso. No tienen que perder el tiempo en eso. Mi hijo, mi hijo, Jesús viene, desciende y paga el precio. Y no más. No más las obras de la ley. No más van a contar los sacrificios y las ofrendas. Ni la conducta, que era tan alabada y tan buscada por los fariseos. Y dice, ya no más, dice el Señor, yo los libero de eso. Yo los libero de tener que hacer cosas buscando el favor de Dios. Buscando ser aceptados por Dios. ¿De qué otra cosa me libera el Señor? Me libera, hermano, de la necesidad de tener que sentir y vivir experiencias que me hagan. Sentirme aprobado, validado y aceptado por Dios. Ya yo no tengo que sentir, hermano. Ya yo no tengo que tener experiencias extrasensoriales, por decir algo. Ya yo no tengo que sentir, ya yo no tengo que vivir X cosa. Porque si no la siento, porque si no la vivo. Porque si no la vivo, Dios no está a mi lado, Dios no me aprueba. Dios dice, yo libero de eso. Ya no hay que sentir, ya no hay que tener experiencias especiales ni espectaculares. Ya radica en la confianza que ustedes puedan poner. Y la fe que ustedes puedan tener en el sacrificio que Jesús hizo. Ahí sí. Pero somos libres, hermanos. Somos libres de las obras de la ley. Y somos libres de la necesidad de sentir y de vivir experiencias para ser aprobados y aceptados por Dios. Y es una maravilla, hermano. Es una maravilla sentir que yo, que mi paz, la paz que yo siento, hermanos. De sentirme a cuentas con Dios, no depende de lo que yo sienta. No depende de lo que yo viva. No depende de lo que yo haga. Uy, Isabel, no hay que hacer nada. Yo no estoy diciendo eso, porque no es eso. Es que si yo logré entender el sacrificio que por mí se hizo. El precio que se pagó. Lo que hicieron por mí, me pasaron de muerte a vida. Estaba en tinieblas, ahora estoy en luz. Estaba muerta, ahora estoy viva. Dice que salvó mi alma. Cuando yo estoy consciente de eso. Y de que todo fue gratis. De que yo no hice nada. De que no tuve que hacer nada. Que fue gracia bendita. Gracias al milagro más grande que puede existir. Cuando yo tomo consciencia de eso, hermano. Yo me conduzco acorde a eso. Yo vivo una vida, hermano, de agradecimiento. Pues estoy consciente de lo que por mí hicieron. Y el Señor a mí me libera de eso. La justificación, hermano. Ya cerrando. La justificación en la justificación que el apóstol Pablo enseña a los romanos. Y que Dios quiere que usted y yo entendamos. No tienen intervención las emociones. No pueden. No pueden. Las emociones son parte del ser humano. Son parte del ser humano. Imposibles de quitar. Forman parte suya y mía. Y son puestas por Dios. No fue un error. Están ahí y forman parte de nosotros. Pero, hermano, Dios sabe. Dios está consciente de lo volátiles que son. Está consciente de lo cambiantes que son. De lo inestables. De que no podemos poner la confianza en ellas. Por lo tanto, Dios jamás, jamás, hermanos, va a tomar algo como las emociones y las va a usar en la justificación nuestra. Nunca, nunca lo va a hacer. Las emociones, hermanos, toman segundos. Estar en un estado de ánimo y pasar a otro. Tracción de segundos. Pasar de la tristeza a la alegría y a la inversa. Son volátiles. Son inestables la mayoría de las veces. En el libro de Reyes, en el capítulo 18 y en el verso 20, empieza una de las historias más maravillosas que usted pueda leer en la Biblia. Es una cosa espectacular, extraordinaria. Es una de las proezas de verdad más increíbles que existen en la Biblia, que están documentadas. Y habla de cuando Elías, me imagino que la mayoría lo han leído. Para los que no se la resumo, Elías era un profeta de Dios. Un profeta impresionante, grande. Dios lo usaba de manera increíble. Y Elías viene, había una sequía. Él había profetizado que en Israel iba a haber una sequía. Y era el tercer año ya, y era una cosa espantosa, terrible. Y Dios le habla a Elías y le dice que vaya al pueblo y confronte al pueblo. Entonces Elías llama al pueblo de Israel y los confronta y les dice, Vamos a ver, ¿hasta cuándo ustedes van a claudicar? ¿Hasta cuándo su corazón va a estar indeciso? ¿Hasta cuándo ustedes van a estar indefinidos con respecto a las cosas de Dios? ¿Hasta cuándo? les dice. Vamos a ver, ¿hasta cuándo ustedes van a claudicar? ¿Hasta cuándo ustedes van a estar indefinidos con respecto a las cosas de Dios? Vamos a hacer, les dijo, los llamó y les dijo, vamos a hacer una prueba aquí. Llamen a los profetas de Baal, que era el Dios que oraba. Y yo voy a estar aquí, les dijo. Y ellos, y vamos a hacer dos sacrificios. Vamos a sacrificar dos toros. Ellos van a sacrificarle uno a Baal y yo voy a sacrificarle uno al Señor, a Jehová. Y el Dios que conteste por fuego. Responda, ese va a ser Dios. Y les dice, y si Dios, y si ustedes deciden. Dice, dejen de claudicar, porque si Baal es Dios, sígalo a Él. Dedíquense a Él, al culto de Él. Pero si Dios es Dios, sígalen. Pero hagan algo y definan el corazón, les dice Elías. Entonces dice que llama al pueblo, se reúne el pueblo, mucha gente. Cuatrocientos profetas de Baal se reúnen a la par. Dice la Biblia que llama, cada quien con su toro, les dan un toro a cada uno. Lo destazan, lo parten en pedazos, ponen un altar. Elías edifica su altar. Mojan aquello. Y él dice, pónganle más agua, pónganle más agua. Dice que el agua chorreaba por el altar. Y los profetas, y les dice, ahora sí, empiecen ustedes, les dice Elías. Empiecen a orarle a su Dios. Empiecen a orarle a Baal, a ver si responde. Y empezaron ellos a orar. Dice, a clamar, y gritaban, y gritaban, y invocaban a Baal. Y Elías se sentó a esperar. Se laceraban, dice la palabra, el relato, se laceraban, buscando la respuesta del Dios de ellos. Y llegó la tarde y nunca hubo respuesta. Entonces dice que Elías vino, se puso delante del altar, y le dijo, Señor Dios, demuestra quién es el Dios. Y dale a esta gente a entender que lo que yo he hecho hoy es por respaldo tuyo y por petición tuya. Que yo no lo hice por capricho. Que yo no lo hice por capricho. Que me estás ordenando hacerlo, y que me estás respaldando para hacer esto. Y dice la Biblia que descendió fuego. De una manera tan espectacular. El fuego consumió el holocausto, consumió el agua, dice, y aquello quedó en cenizas. Y entonces dice que el pueblo entero, a una voz, dijo Jehová es Dios. Es una de las, y es espectacular, el relato es espectacular. Elías coge y dice, aprecen a todos los profetas de Baal, cuatrocientos hombres. Y dice, ahora sí, tráiganlos a la orilla del arroyo. Y los mató, cuatrocientos profetas mató en aquel día. Hermano, usted se imagina cómo pudo haberse sentido Elías de respaldado por Dios. Usted tiene una idea de la seguridad, de la confianza que podía tener Elías. Después de haber hecho semejante proeza. Había sido la manifestación más impresionante, tal vez en la vida de él, de la gloria y de respaldo de Dios. Y dice que el rey acaba. Va y le dice a la reina Jezabel, vieras vos lo que hizo Elías. Hizo tal y tal cosa, y mató a cuatrocientos profetas. Y se ha enojado la doña, y dice, ajá, dice, mañana en la mañana Elías está muerto. Y que Dios me mate a mí si yo no lo he matado, si no amanece, si este hombre mañana en la mañana no lo mato, por haber hecho lo que hizo. Hermanos, y después de haber Elías sentido el respaldo, vivido aquella proeza, haber el respaldo de Dios, sentirse afianzado en Dios. Se llena hermano, aquella emoción pasa a terror. Pasa a terror. Y aquel hombre que había hecho aquello el día anterior, huye, huye despavorido de la reina. Aterrado hermano, aterrado. Y empieza a huir, y camina, y corre, al punto hermanos, al punto, llega a un punto de condición emocional que le dice al Señor, Señor, mándame la muerte, ya no quiero vivir. Por eso hermanos, que le quiero decir con esto, que las emociones nunca jamás van a jugar un papel en la justificación. Del ser humano, nunca. Nada tan volátil, nada tan inestable, puede jugar un papel en algo tan glorioso, tan trascendental, como la salvación del alma de un hombre, de una mujer. Está en manos de Dios. Es por la obra de Jesús. La justificación es absolutamente obra de Dios. Y lo único hermano, lo único que Él pide, es que creamos que es suficiente. Que confiemos en que el sacrificio de Jesús es suficiente. Que no hay que hacer nada más. Porque Él lo hizo perfecto. El Señor dijo en la cruz, consumado es, no hay que hacer nada, es completa, perfecta la obra. Está en manos de Dios. Es por gracia, es un regalo perfecto y maravilloso del Señor para usted y para mí. No hay que hacer nada. Aceptarlo por fe y vivir entendiendo, conscientes hermanos, conscientes del precio que se pagó. De lo que significó y de lo que significa ser justo y ser justificado delante de Dios. Y a partir de eso, vivir como es digno de alguien que era muerto y ahora vive. Que era condenado y hoy es salvo. Que era injusto y hoy es justo. Que estaba cubierto de pecado y hoy es limpio delante de Dios. Nos corresponde vivir así. Nos corresponde vivir así. Que logremos entender, hermanos, la magnitud de lo que significa la justificación y el ser justo. Amén. ¿Quedó claro, hermanos? ¿Estamos claros en los conceptos? Agradecemos su atención. Si este material ha sido útil para usted, le rogamos que lo pueda compartir. Somos Olivo Verde. Costa Rica.