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Hola María, estaba pensando en ti y empezó a sonreír el día, así que decidí escribir unas letras, nada especial, simple poesía. Salí a caminar, a disfrutar del clima, y mirando al sol, éste me dijo que no mirara hacia arriba, que pusiera los pies en el suelo, que mirara a mi alrededor, que ahí estaba el verdadero cielo. Un movimiento provocó mi interés. A lo largo de una hoja de caña, se acerca una araña impulsada por la brisa. Trepa mi pierna y en mi muslo se amaña, palpa mi textura sin ninguna prisa. La araña me aruña y mi visión se empaña. Cierro los ojos, su cizaña me enseña, me hace llorar y con mis lágrimas se baña. ¿Qué ves? me preguntó, entonces abrí los ojos otra vez. Mediante un esplendor, la arácnida me mostró el brillo de la vida en todo, se iluminó el ambiente. Las piedras tenían espíritu, todo parecía nuevo, todo lucía diferente, todo hablaba por sí solo, todo era elocuente. El sol, la araña, no sé, el todo en forma de duende, un susurro en mi oreja, de ti depende. Es un cambio de enfoque, el regalo está ahí, vive en tu regalo, vive ahora, disfruta, tu presente está aquí. Me acosté sobre una fina y refrescante estera verde, las puntiagudas hojas rosaban mi cuerpo, con mis vellos formaban un puente. Sentía su corriente, mi cuerpo hacía conexión. Enseñanzas registradas en mi subconsciente, empezaba la transmisión. Por un lapso de tiempo, silencio sepulcral, inicia una comunicación sin lenguaje, mis sentidos se agudizan, emprenden el viaje. Mi piel se funde con el alba y sus rayos se entrelazan con mi aura. Mi lengua el placer toca, ácido y dulce sobre la roca. Sensación extraña, burbujeante sensación en mi boca, como un sorbo de champaña. Me acerqué a una planta, y al poner mi nariz sobre sus hojas, volvió el recuerdo. El olor de la menta me refrescó la mente, me cubrió con la manta y olvidé mi lamento. Levanté la mirada y una libélula hacía acrobacias aéreas sobre mi cabeza. Me sentí a la altura, podía apreciar la grandeza. A mi lado ya no estaba mi compañera, me soltó la mano la tristeza. De pequeños agujeros de tierra negra, hormigas se turnaban para entrar y salir, eran el ejemplo perfecto de cómo trabajo en equipo grandes cosas puede construir. Largas hileras seguían a otras aún más largas, caminaban sobre pedazos de madera y no buscaban competir. Compartían información con las que venían en sentido contrario, se parecían divertir. Vivían sus sueños sin necesidad de dormir.