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Palabra de vida hoy, domingo decimotercero del tiempo ordinario, al pan por la palabra. Del segundo libro de los reyes. Un día pasó Eliseo por Sunam, había allí una mujer principal y le hizo fuerza para que se quedara a comer con ella, y después siempre que pasaba iba allí a comer. Dijo ella a su marido, mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa, vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa que se retire allí. Vino Eliseo en su día, se retiró a la habitación de arriba y se acostó en ella. Dijo Eliseo, ¿qué podremos hacer por ella? Respondió Gehazi, por desgracia ella no tiene hijos y su marido es viejo. Dijo Eliseo, llámala, la llamó y ella se detuvo a la entrada. Le dijo Eliseo, al año próximo por este mismo tiempo abrazarás un hijo. El Salmo responsorial Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades, porque dije, tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad, justicia y derechos sostienen tu trono, misericordia y fidelidad te preceden. Dichoso el pueblo que sabe aclamarte, caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. De la Carta a los Romanos Fuimos, pues, con Cristo sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Jesús fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Del Evangelio según San Mateo Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me ha enviado. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no perderá su recompensa. Allí donde aún no se ha impuesto plenamente el régimen imperial del materialismo occidental, en América Latina, África o en la mayor parte del Extremo Oriente, en la gran diversidad de religiones y cultos que se encuentran en esas tierras, se percibe con facilidad en la población un gran respeto cuando no veneración hacia los sacerdotes y líderes de esas religiones. En aquellas tierras, cuando las gentes reciben a un brujo, a un chamán, a un monje tibetano o a cualquier figura sacerdotal de la religión de que se trate, le obsequian un trato particularmente atento, manifestando que tienen conciencia de recibir a mucho más que a un hombre, pues ese hombre representa y porta consigo lo espiritual, lo sagrado y trascendente. Como podemos encontrar en la primera lectura de hoy, cuando las gentes sencillas y religiosas reciben en su hogar a un hombre de Dios, le tratan de una forma cercana como lo harían si recibieran el mismo Dios, con la reverencia que merece quien los envía, y con la seguridad de que de un hombre así sólo se pueden esperar bendiciones y cosas buenas. Desde nuestro bautismo, todos los cristianos hemos sido hechos templo del Espíritu Santo e hijos de Dios Padre, al ser injertados en Jesucristo, siendo configurados con Él, el profeta de Dios por excelencia, pues es la revelación y el revelador, el Rey de rayas y Señor de señores, el Sumo y Eterno Sacerdote. De esta guisa, todos los bautizados participamos de un sacerdocio real, el llamado sacerdocio común de los fieles, por el que estamos llamados a ser para el resto de la humanidad esas personas de Dios que representan y portan en sí mismas una vida espiritual que hace presente lo sagrado, el Dios trascendente que en ellos se acerca a los demás, para entregar bendiciones, esperanza, reconciliación y redignificación, ante las circunstancias de la vida y la injusticia con que el mundo a menudo menoscaba y afrenta la dignidad del ser humano. Durante demasiado tiempo se ha predicado como perteneciente a la vocación de los sacerdotes ordenados, muchos de los rasgos que pertenecen al sacerdocio bautismal de todos los cristianos. Sin juicios inútiles y anacrónicos sobre el pasado, sino mirando el futuro, desde este nuestro nuevo presente eclesial, acojamos cada uno la responsabilidad de nuestra propia vocación desde la llamada universal a la santidad y la común dignidad bautismal, para ser conscientes y consecuentes con la presencia palpitante que de Dios portamos en nosotros mismos, si es que queremos vivir desde esa pertenencia al Señor que nos hace misioneros y hermanos en servicio de la entera humanidad. Esto y no otra cosa es lo que se debe poner de manifiesto cuando nos decimos de amar cristianos, y esto y no otra cosa se ha de revelar a los demás por las bendiciones y bienes que por nuestra causa puedan recibir de parte de Dios. Vuestros hermanos franciscanos desde Toledo, os abrazamos estrechamente con la paz y el bien. Perdona Señor por las faltas que hoy cometí, perdona Señor por las almas que viven sin ti. Quédate contigo y a los Jesús, y te empieza el día común. Quédate conmigo, oh Jesús, y en tu pecho hazme dormir.